Sigo latineando en Chicago, Illinois. Mi dinero se ha esfumado. Mi espíritu sigue vivo. A pesar de todas las desgracias padecidas, aun sigo creyendo en un mañana promisorio. Hoy es viernes. Mi vuelo a la jungla mexicana está programado para el lunes. Arrebatos, enojos, indignación de una mujer que vine a visitar me han dejado, literalmente, en la calle. No obstante, los parques admirados, las calles recorridas, las compañías compartidas, los alimentos desnutridos, el café amargo, los cigarros consumados, hasta el robo perpetuado en torno a quien te escribe bien han valido la pena. Descubrir mundos diferentes es lo que hace que mi respiración siga activa. Tal vez para una sociedad bien estructurada yo sea un error en la ecuación de las buenas costumbres. No me preocupa en absoluto su percepción. Sé que a ella, la sociedad, tampoco. Me importa mi andar.
Pareces indigente, me dijo la mujer que visité. En cierto modo lo soy. Sin muchos medios para subsistir, acá me mantengo en la pelea. Ahora es cuando ocuparé mi grasa corporal desmedida y rebelde para que me haga fuerte, al menos unos cinco días en lo que de golpe y porrazo arribe a la capital mexicana. Homeless, les llaman a las personas que piden dinero en las esquinas de las calles y avenidas. No he llegado a pensar en hacerlo aún. Todo puede pasar. Camino sin rumbo fijo. Observo pasear a la gente. Me siento en una banca. Hurgo en mi pantalón. Me queda aún una fortuna de 25 centavos de dólar. Imagino que esos 25 centavos los pueda convertir en unos 250 dólares. Si Steve Job lo logró, ¿por qué yo no? Tal vez me alquile en algún restaurancillo modesto para lavar platos y pisos, o atender algunas mesas aunque sea por un poco de comida. La noche será mi techo y el pasto mi lecho de descanso. ¿Riesgos? Seguro.
Nacer en sí ya es un riesgo.
He pensado también en ir al Consulado Mexicano para pedir ayuda. No creo que me la brinden. Si en México los políticos son cabrones, imagínate acá. Sin embargo, todo es posible. Preguntar aún no cuesta. A veces, en ciertos lugares, sí que te amonestan por hacerlo. A mí, nuevamente, esto me tiene sin cuidado. Ahora son las cinco de la mañana. Espero el desayuno del hostal para largarme con la barriga llena. Se vence mi estancia a las 11 am. Al menos el viernes la libro. Me preocupa caminar con mi maleta kilómetros, por aquello de mi espalda y ciática. Ya soy un señor. La juventud se me ha escurrido como agua entre las manos. No obstante, no estoy frustrado. Cada quien vive su viaje. Somos, según Sergio Pitol, los lugares andados y los pasajes admirados.
Sigo sorprendido del orden, respeto y limpieza de la ciudad de los vientos. Debo planear una ruta efectiva para llegar al aeropuerto con la maleta llena de mis chácharas y prendas. He pensado en tirarla para no llegar con la espalda aún más herida que antaño. Al final, mis chivas son telas, zapatos y pantalones. Puede ser una posibilidad. Tal vez regale a otros vagabundos mis cosas en señal de amistad y complicidad. En una de esas me obsequian un pedazo de pizza. Los trueques pueden estar divertidos. Me gusta fugarme a cualquier parte porque creo que cualquier parte me puede llevar hacia algún sitio interesante. La calle ahora es mi morada. El peligro mi compañero. La indiferencia mi amada. El hambre mi guía traicionero. Si Colón navegó a la deriva hasta llegar al continente nuevo, no veo por qué yo no pueda cabalgar hacia el aeropuerto seguro. Los pensamientos me empapan el cerebro. Que si la vida es justa, que mira la gente paseando con elegancia. La jodidez es eterna. El calvario de la monotonía. Si Dios existiese, ya me hubiera aventado un bocado, eres un fracasado y el chorro no deja de borbotear. Mi espíritu, como te contaba, sigue inquebrantable. Meditar, caminar, observar. Buda me hubiese felicitado. Como él no está más, me congratulo yo mismo. Los conejos que brincan gustosos me inspiran. Viajan ligero. Digan lo que digan, al final nos llevamos sólo un puñado de recuerdos. Pero no los llevamos en la agonía. Una vez expirados ya no somos más. Poco a poco se van quedando en nuestro pasado las amistades, amores y sinsabores. Todo cambia. Nada es permanente, por suerte. Me han llamado borracho, marginado, pobre. Me han cacheteado con miradas de indiferencia, como si mi sola presencia les repulsara las entrañas de sus estómagos. El día que pisé suelo en pleno centro, cercano a la Torre del copetón de Trump ( están de moda en Norteamérica )me recibieron con unos buenos golpes tres individuos afroamericanos. ¡Cómo no! Intenté responder sus finas atenciones, pero los muy cobardes me agarraron al momento. Allí me quitaron unas cuantas pertenencias y la mitad del presupuesto de viaje. No era mucho, pero era mío. Apuré el paso a un albergue cercano. Allí estuve tres días hasta encontrarme con mi chica. Llegó con un amigo. Vaya que acá sí viven bien. BMW, cerveza Stella, tragos fancy’s, fiesta, buena música, clubes elegantes.
Allí estuve departiendo en su mundo, que al momento me pertenecía.
Me gusta mi existencia porque además de efímera es inesperada. Hoy estoy deambulando hacia ninguna parte. Ayer degustaba un buen trago entre culos perfumados y hombres bien estructurados. Los seres inseguros se repiten una y otra vez, después de la oscuridad viene la luz y todo cambia. Metáfora o no , estoy cerca de la luz pero nada va a cambiar, por ahora. Seguirá la luz del mediodía. En una de esas el sol caliente un poco mi cuero. Acá ya comienza el invierno. Más tarde entraré de nuevo en la noche con todas sus complicidades. Me gusta mi destino. Tal vez mañana me encuentre en una playa. Quizás esté sosteniendo un chaval mientras le relato un cuento. Puede ser que termine despachando gasolina en alguna colonia repleta de desesperados. Probablemente me desempeñe como gerente general en alguna tienda de medio pelo. O bien sea CEO de mí mismo: “Yo.com”, no suena mal. Pero, si los deseos fueran órdenes en este instante ordenaría un piso cómodo para dormir, escribir, amar, soñar… Enseguida mandaría traer una libreta de apuntes, una buena botella de vino y una mujer sensible. Recuerdo que llevo en mi pantalón 25 centavos. No me alcanza ni para un lápiz. Algún día será… Ya vendrán tiempos mejores. Ya amanece. La luz comienza a opacar el crepúsculo. Pronto servirán el desayuno. En la ciudad de México el metro ya va cargado de almas diversas que viajan hacia distintas partes. En otras latitudes del orbe la noche es densa. Algunos duermen, otros más están matándose unos a otros. Los animales son perseguidos por cazadores ambiciosos. Las mujeres se deleitan entre realidad y fantasía. Hombres discuten por nimiedades y egos elevados. Músicos expresan a todo pulmón su oficio. Albañiles construyen el sueño de un arquitecto. Una candidata a un puesto de elección popular se prepara para un desayuno. Una enfermera salva una vida.
La vida es, pues, vagabunda.