Iba caminando en un lugar árido, descalza.
Colores naranjas se tornaron en azul ya varias veces.
El secreto está en sólo acordarse de los colores.
No importa si ves difuso, pues se reconocen personas a base de voces.
Iba caminando el dolor, escapando de un dolor de vientre que evoca mi imperfección de la que he aprendido. Dolor que te reprocho.
Descalza y con sed sigo el camino ambiguo que me señalaron hace un par de kilómetros, decenas, cientos de kilómetros.
Me hinco agotada a ver al cielo a rogar por alguna medicina que me despierte de ése limbo. Se lo grito con labios rotos.
Escucho al viento como va llegando desde lejos. Ha recorrido esos mismos kilómetros hasta llegar a abrazarme. Cantando, me dice que confíe.
Kilómetros atrás ya no supe de dónde vengo, o hacia donde iba. No pretendo cerrar los ojos, no puedo perder la conciencia. El naranja se torna azul nuevamente, pero ya caigo en ruina.
Pudieron haber pasado instantes, o lunas cuando sentí al viento en mis pies. Me acaricia. Despierto sonriendo. Entreabro los ojos, miro al cielo, sus estrellas. Entorpecida, me integro poco a poco. No es el viento el que siento, es un venado azul el que encuentro a mis pies. No puedo concebirlo. Me da besos por todo el cuerpo hasta llegar delicadamente a mi frente. Me reaviva con su dulzura.
¿Qué es efenómeno, tan intangible y etéreo dibujando una figura de todas las constelaciones?
Salto de alegría, corro a su lado. Miro al cielo, y de un momento a otro estoy bailando bajo la lluvia. El está a lado de mí, danzando armonía, desprendiéndome dicha.
Las gotas se rompen en mil fracciones que agradezco.
La calma llega junto con el color naranja, y yo desperté bajo la sombra de un árbol, vecino del río al que me aproximo con mis cuatro patas. Miro mi reflejo, no soy yo. ¿o siempre fui yo? ¿siempre tuve trompa y cuernos? Miro mi reflejo otra vez. Comprendo la evolución de espíritu, espíritu del bosque. Abrazo mi nuevo ser. Enderezo mi porte. Bienaventurada sea, llena de gracia y libertad.
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La ilustración que acompaña a este poema pertenece a uno de los textos de Carlos Velasco Móntes.