– Un bonito recuerdo de un amor de verano-
Antes de comenzar las clases en la universidad, conocí a un chico inglés llamado Gavin, quien se parecía mucho al protagonista de La delgada línea roja, y a partir del día que nos vimos en el Buffet de los bungalows, nos convertimos en almas inseparables durante todas las vacaciones. Cada noche solíamos bañarnos en la piscina, aunque en realidad estaba prohibido por la dirección del complejo; sin embargo, ese era el mejor momento, pues el silencio sólo era roto por los grillos del césped y las luces amarillentas del agua turquesa.
Todo el espacio que nos rodeaba era un paisaje idílico.
Gavin se sentaba en el borde con la toalla colgada sobre la escalerilla y a veces me daba la impresión de que en realidad llegaba antes que yo porque le hacía gracia verme dando brincos por encima de las cucarachas que se cruzaban en mi camino. Después nuestra forma de saludarnos era con una sonrisa, aunque hablábamos en inglés muy despacio y sin apartar la vista de los ojos. Normalmente se metía él primero en el agua, ya que yo tardaba un siglo en bajar de la escalera y se alejaba nadando hasta la pared de debajo del puente. Cuando ya por fin lograba zambullirme, mi largo cabello negro de toques azules se derretía en el agua como si fuera una mezcla de acuarelas…
Una noche llevaba puesto un sexy bikini negro de finísimas rayas blancas,
entonces, justo antes de atravesar el puente, Gavin se acercó a mí; igual que un cocodrilo, me agarró de la cintura para llevarme contra la pared, donde comenzamos a besarnos. Nuestros labios sabían a cloro, el agua caliente se pegaba a nuestras pieles y la brisa refrescaba nuestras cabezas mojadas…
Hasta que sus atrevidos dedos liberaron el lazo de la parte de arriba y mis pechos se rozaron contra su cuerpo. Sus manos brotaron en múltiples direcciones y mis piernas acabaron enredadas en sus bermudas como unas tenazas. Y así devoramos nuestras bocas entre aguas turbulentas.
Así confundimos nuestras lenguas, porque nosotros éramos el único idioma.