Vi derrumbarse uno por uno todos mis sueños, mis metas y mis ilusiones

El texto que se presenta continuación es más un testimonio vívido que una crónica o un relato. Extraído de los hechos más próximos de la realidad que se vive en Venezuela actualmente, Aidaly Bravo Ochoa construye un argumento de sus emociones en torno a sus experiencias con desparpajo y sensibilidad. Relato de una mente en

Vi derrumbarse uno por uno todos mis sueños

El texto que se presenta continuación es más un testimonio vívido que una crónica o un relato. Extraído de los hechos más próximos de la realidad que se vive en Venezuela actualmente, Aidaly Bravo Ochoa construye un argumento de sus emociones en torno a sus experiencias con desparpajo y sensibilidad.

Relato de una mente en Venezuela

Veo un haz de luz ceñirse por la ventana abierta, dejando tras de sí los últimos vestigios de claridad en el cuarto. Este día finaliza igual que tantos otros, ligado al constante ir y venir de la gente que llega del trabajo; cierra sus negocios o, por el contrario, que apenas salen a conseguir su sustento.

Hace más de veinte minutos he llegado a mi casa no del trabajo, para nada, mucho menos de la universidad. No. Eso ya se acabó para mí. Mi rutina diaria no es para nada convencional, ni se parece a la del resto de mis semejantes. Digo que no es convencional porque la mayoría de las personas de mi edad siempre está haciendo algo, como decimos aquí “echándole bolas” a lo que sea. Yo no, y créanme que no es por falta de ganas ni motivación. Bueno, esto último es falso. Claro que la motivación no la tengo, y no es para menos si vives en Venezuela, Caracas específicamente, y lo primero que encuentras al llegar a tu edificio es una cola de gente que espera para que les vendan algún producto de primera necesidad.

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Aquí peco de malagradecida, pues es obvio que en un país como éste muchas personas se encuentran cosas mucho peores cuando llegan a su casa. Claro está, si es que llegan. Me encuentro en esta especie de abatimiento por muchas razones (entre ellas la que acabo de mencionar anteriormente) no porque haya raspado el bachillerato ni porque me haya ido por el mal camino, los mencionados “malos pasos”. Nada de eso. Si bien mi desempeño académico no era el más notable, bastó para tener un promedio decente y conseguir llegar a una universidad. Como la mayoría de mis compañeros, pues.

Todo bien hasta ahí. Incluso con los problemas en el país para el año 2015 todavía la crisis estaba soportable entre mi familia y en mi casa seguíamos teniendo tres comidas al día. Cosa que en ese momento, y ahora mucho más, es un lujo. El detalle que no he mencionado es que dicha universidad no era pública y aunque acarreaba un peso económico en el hogar, todavía teníamos la suerte de poder costearla porque de hecho contaba con una beca parcial.

Dos semestres pasaron y cuando iba camino al tercero y mi hermana al sexto, la gran noticia llegó: no podremos pagar más la universidad. Con cosas así no se hacen chistes, y ya yo venía presintiendo que algo parecido podría suceder, ya que la inflación cada día era (y es) peor y el sueldo mínimo de mi mamá no iba a ser suficiente ni siquiera para las cosas básicas.

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Así fue como llegué a mi actual situación. La pregunta que muchos se harían es por qué me arriesgué a una sola opción y no consideré tener un plan B. Yo siempre lo ligo al hecho de que era una liceísta ingenua y sin experiencia, con el título casi en manos que se atrevió a dejar que sus sueños fueran lo suficientemente grandes, que se armó con la voluntad más arrecha que pudo para hacer oídos sordos a las críticas y consejos para por lo menos estar un paso por delante de sus expectativas.

Ahí vi derrumbarse uno por uno todos mis sueños, mis metas y mis ilusiones. Sí, la vida se encarga de darte lecciones así de improviso, además, cuando vives en Venezuela lo que siempre te demuestra el destino es que hacer planes es un chiste de mal gusto y una pérdida de tiempo. Para no hacer el cuento más largo diré que dejé los sentimientos y la cursilería de lado, me puse a evaluar mis opciones y pensé que lo mejor sería ir buscando un trabajo porque la cosa no tenía buena pinta ni señales de mejorar. Ahora que me doy cuenta, tampoco hoy en día las tiene. Si esto suena superpesimista les recomiendo darse un paseo y deleitar su vista con todo lo que pasa a diario no sólo en Caracas, sino en todo el país. De lejos, claro está, porque quedarse mucho tiempo por estos lares puede ser contraproducente.

Ya había trabajado antes en varias ocasiones, pero comparar 2015 (fecha de mi último trabajo estable) con el ahora es quedarse corto. Y eso que no han pasado ni siquiera dos años completos. El punto es que antes no estaban haciendo recorte de personal en la mayoría de las empresas ni el salario mínimo estaba tan irónicamente incrementado. No me llamaron de ningún lado, seguí buscando, pero en los lugares en que tuve entrevistas me despachaban con el típico “nosotros te llamamos”.

Puede sonar mal, pero en el fondo no quería ninguno de esos trabajos. Quería mi salón de clase y mi campus de vuelta. Quería vivir en un país donde el dinero no se fuera en un abrir y cerrar de ojos y que, sin embargo, al haberse gastado no cubría todas las necesidades. Quería vivir en un lugar donde pudiera sacar mi teléfono en la calle sin temor a ser asesinada; llegar a un supermercado y encontrar todo lo que fui a buscar; poder usar el agua a la hora y día que me diera la gana… La lista es larguísima, realmente me quedo sumamente corta, pero mucho saben de lo que hablo.

Vi a mucha gente irse a probar suerte lejos, donde “hubiera mejores oportunidades”. Realmente soy de los que piensa que no necesitas mucho para empezar de cero, sólo ganas de salir adelante y alguien capaz de creer que puedes hacerlo. Ese alguien debe ser uno mismo. Pero, como luego me dijeron, “yo qué sé”.

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Sigo buscando una salida, no se crean. Pero en el ir y venir del día de hoy, agregando los sucesos casi bélicos en que se está desenvolviendo el país puedo darme cuenta de muchas cosas. La primera es que independientemente de que muchos queramos ver un cambio hay personas que tienen algo más importante en mente, como llevar aunque sea la cena a casa “y luego ya se verá”. Eso lo sé porque lo he vivido a diario y lo veo reflejado en los ojos de mi madre. La segunda es que aún hay muchas personas que no están viviendo la realidad tan arrecha en su propia piel, pero están al tanto de ella, no se hacen los locos como los encargados de este desastre y por el contrario sienten su deber de hacer algo, así sea arriesgar la vida y salir a manifestar los derechos que les han sido negados incluso a los que cometieron el error, la insensatez de confiar en nuestros opresores.

La tercera cosa que veo al salir a la calle es que somos y siempre hemos sido gente luchadora, que no se rinde, que no acepta un “no” por respuesta porque lo que llevamos por dentro es mucho más que lo que nos han hecho creer que somos. Si hoy en día la mayoría de las voces se han callado no ha sido por cobardía, sino por miedo, desesperación, hambre, humillación. Todos esos componentes se han logrado infiltrar por nuestras venas, y lo más frustrante es saber que nada de eso es natural, nos lo han impuesto y por eso sé que estamos siendo oprimidos.

No tengo la solución para todo esto, nadie parece tenerla. Pero lo que sí puedo decir es que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Yo aún no he perdido mi convicción de ser alguien en la vida. Como yo debe haber miles de jóvenes con su plan de vida desbaratado, pero pocos tienen la sensatez de no dejarse arrastrar por la miseria y salir adelante. Debemos ser fuertes, luchar y no dejar que el miedo nos encadene como tratan de hacerlo con nosotros cada día. Seguimos siendo personas libres, con caminos truncados, eso sí, pero lo más valioso que tenemos es la voluntad de ser mejores cada día. Somos un país que lucha, que se cae a pedazos y se quema pero que pronto surgirá de las cenizas y volverá a ser lo que fue y que hasta ahora persisten en arrancar de nuestra memoria.

*

Las imágenes que acompañan al texto pertenecen a Clef DeRouge.
Puedes apreciar más de su trabajo fotográfico aquí.

***

Tal vez deshacerse de algo, como el peso muerto del pasado, por ejemplo, tiene que ver con lo que no necesitas pero que igual quieres.

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