Ser un filósofo importante, no implica ser un buen filósofo. ¿Es el caso de Martin Heidegger? Nadie podría poner en entredicho la aportación “Ser y tiempo” para la ontología y la discusión sobre la existencia humana. El pensador alemán es un hito en la historia de la Filosofía de todos los tiempos y de todas las latitudes pero, ¿esto basta?
Su capacidad intelectual no lo eximía de sus cuestionables actitudes morales; aunque velada y algunas veces desmentida, su adhesión al régimen nazi y su adulación a Adolfo Hitler es un tema que los seguidores del autor de “Caminos de bosque” buscan minimizar o eludir para no demeritar sus aportaciones teóricas; el criterio para hacer esto válido o no, es subjetivo.
En este mismo rubro —la vida privada de uno de los íconos de la filosofía contemporánea— entra su vida sentimental. Por lo que sabemos, a Heidegger le resultaba especialmente atractivo involucrarse eróticamente con sus alumnas. Sobre el pedestal donde la fama coloca a los grandes pensadores, daba clases en la Universidad de Marburgo. A inicios de la década de los 20, la entonces joven Hannah Arendt se matriculó en uno de sus cursos.
Ella era judía; él, alemán. Ella estudiante; él, un reconocido profesor. Ella tenía 19 años; él estaba cerca de los 40. Así comenzó un romance que perduraría para toda la vida, pese al matrimonio de él y pese al matrimonio de ella.
Esto se reveló sólo después de la muerte de Arendt, cuando Mary McCarthy —su mejor amiga— dio a conocer las correspondencia que la filósofa le había confiado antes de morir. En estas cartas, se puede ver que la relación permaneció subrepticiamente por años.
Estos son algunos fragmentos del alma de Hanna vertida en estas letras:
«Te amo como el primer día -lo sabes y siempre lo he sabido-, incluso antes de este reencuentro».
«Sé que nuestro amor es la bendición de mi vida. Y nada puede alterar este saber. Perdería mi derecho a la vida si perdiera mi amor por ti».
Pero la autora de “La condición humana” no sería la primera ni la última alumna que lo “engancharía”; en su incipiente carrera como profesor, conoció a Elfriede, una hermosa joven brillante de 22 a la que años más tarde haría su esposa. Pese a las múltiples amantes del también escritor, jamás se separaron.
Pero tampoco terminaba su relación con Hannah. Mientras pasaban los años, la correspondencia continuaba, a veces de manera más intensa, otras más desdibujada.
«¡Queridísima!
Gracias por tu carta. Si solamente pudiera decirte cómo soy feliz contigo, acompañándote mientras tu vida y mundo se abren de nuevo. Puedo ver apenas cuánto has entendido y cómo todo es providencial».
Algunos estudiosos de la obra de Heidegger han asegurado que todos los deslices emocionales abonaron a su genialidad como filósofo, otros, en cambio, ven en la genialidad como filósofo el pretexto perfecto para llevar una vida llena de aventuras amorosas. Qué tan cierta sea una u otra postura, es una decisión difícil de determinar. ¿Qué tanto derecho tenemos los lectores de juzgar a un autor por su vida y no por su obra?
La pregunta queda abierta.
**
Si quieres conocer más sobre letras, conoce los libros favoritos de Jim Morrison y descubre estos poemas para el amor fallido que no quieres dejar ir.
*
Referencias
El País
Pro Da Vinci
Cultura/El País