A propósito de la belleza y aniversarios: “País de la ausencia extraño país […] con edad de siempre sin edad feliz”. Dos versos que robo de Gabriela Mistral, (tataré que al menos sea un robo justo) para comenzar a hablar de uno de los cuentos “infantiles” más leídos en el mundo: Le petite Prince; el cuento que inmortalizó el nombre de Antoine de Saint-Exupéry, y que este 2014 cumple 71 años tras su primera publicación.
Para algunos es un texto cargado de significados, metáforas y elementos que hacen que su lectura sea, hasta cierto punto, rizomática. De modo que se dice que va más allá de un cuento para niños. Para comenzar, debo decir que es un cuento para niños: sólo una mente como la de ellos es capaz de entender la sencillez. Los niños piensan de forma rizomática.
La lectura del principito desdobla recuerdos sobre el extraño país que es la infancia: el tiempo perdido. Perdido, pues el curso de los años es inevitable; recordar la niñez es un acto nostálgico, sin embargo, ocurre lo opuesto cuando en lugar de recordar intentamos ver, sentir o pensar como si tuviéramos la edad de siempre. Ver la vida como propone el Principito implica una vida sin prejuicios. En su inocencia, el niño pregunta al adulto sobre lo que le acaece.; la respuesta del adulto, invariablemente, estará llena de su experiencia y sus prejuicios. Poco a poco la irrupción del mundo de los adultos hace perder la patria de la niñez. Recuperarla es deshacerse de esos prejuicios, por lo que implica un acto de imaginación a futuro, tal como lo hace un niño cuando juega.
Por otra parte debo decir que la lectura del Principito invita al infante a viajar por un mundo de absurdos, pero también uno de valores. Los absurdos son reconocidos en el ebrio o en la actitud de ebrio, pero también son puestos a prueba bajo la lógica del Rey. Cualquiera que lo haya leído comprenderá de qué hablo. El episodio del zorro es el pasaje de la amistad, pero de nuevo una amistad pura, una que recuerda la estancia en aquel extraño país del que todos fuimos ciudadanos, pero debido a una imposición –nunca un diálogo- migramos hacia continentes en los que la seriedad, los números y las buenas maneras son necesarias, incluso los prejuicios.
Sobre lo anterior vale la pena detenerse; cuando el Piloto menciona que el principito proviene del Asteroide B-612, asevera que se trata de un asteroide descubierto por un científico quien, al no vestir a la manera occidental, es rechazado por la comunidad científica internacional ¿Racismo epistémico? ¿Prejuicio? ¿Cerrazón? La respuesta es todas las anteriores; sin duda, únicamente los adultos en nuestra infinita soberbia somos capaces de crear barreras basándonos en atributos superficiales como el color de cabello o la manera de vestir. “niño, péinate bien”, “joven, fájese” “¿Ya viste lo que trae?, qué mal gusto”. Recuerdo que de niño bien podría vestir como quisiera sin importarme los demás y sin importarme cómo lo hicieran. Fue hasta que alguien señaló al otro que en mi mente se abrió la categoría: bien o mal vestido.
Es inevitable migrar del país de la infancia, esto no quiere decir que debamos cortar relaciones con aquella forma de pensar, -esto de ninguna forma quiere decir que se idealice la niñez-. La relación que quiero proponer es más bien un diálogo, Vico no erraba al decir que la una de las vías para comprendernos como sociedad está en observar a los niños y la forma en la que se relacionan entre sí. Por otro lado parecen ser ellos los que menos problemas tienen a la hora de comunicarse con infantes de otras culturas, el juego y la inocencia parecen ser universales. Preguntar al niño que alguna vez fuimos nos podría iluminar sendas que no imaginábamos. Volver a lo lúdico, olvidar la malicia. Quisiera finalizar con un parte del film de Silvano Agosti “De amor se vive”, quizás esto ilustre mejor el caso.