Cuando
te dejas caer,
la muerte
te da alas
para volar sobre la vida.
Cuando
dejas de sostener,
la nada sostiene
tu ausencia.
Cuando
te dejas dar,
la vida recibe tu
olvido.
Y cuando
te dejas decir,
el silencio
pronuncia tu
imposible.
Askari Biyiwe
La vida de un lector no se podría entender sin la curiosidad. Entre algunas de las páginas más conmovedoras y extraordinarias del relato corto, se encuentra Wakefield, escrito por el estadounidense Nathaniel Hawthorne (1804-1864). El cuento narra la historia de un hombre londinense de clase media que un día, sin mayor explicación, decide ausentarse de su hogar y de la vida de su familia. El misterio comienza cuando el lugar que ha decidido para pasar su exilio es un edificio de dos pisos a unos cuantos pasos de su casa. El edificio se caracteriza por un llamativo ventanal que le permite ser testigo de las consecuencias de su ausencia.
A lo largo de la historia se narran, de manera introspectiva, los pensamientos del personaje. Wakefield no tiene claro cuánto tiempo durará su ausencia, se limita a observar a sus seres queridos desde la ventana, como una especie de protector anónimo. En todo momento, a pesar de su extraña decisión, Wakefield se mantiene al tanto del bienestar de su hogar. En más de una ocasión el personaje sopesa la idea de regresar, pero conforme el tiempo transcurre y no resulta capaz de tomar la decisión de volver, la situación se vuelve más difícil y el error —o el simple descanso— comienza a tener consecuencias. Las horas se transforman en semanas, las semanas en meses y los meses en años. El pánico sobre su desaparición comienza a mermar y Wakefield nota con incredulidad cómo todos comienzan a aceptar la vida sin él. En un principio lo que fueron sollozos y lamentos, se han convertido en resignación y bienestar.
Una historia emparentada con la de su amigo y contemporáneo, Herman Melville (1819-1891) y su clásico Bartleby, que por su originalidad marcó una huella en la historia de la literatura bajo la frase “preferiría no hacerlo”. Pero a diferencia del protagonista del cuento de Melville, Wakefield prefiere regresar, pero no sabe cómo hacerlo. Como lectores y personas que habitamos una sociedad, el relato sin duda cumple su cometido, ya que nos incita a la reflexión del papel que juega el hombre común dentro del núcleo familiar. Y, además, provoca al nacimiento de la incredulidad que en ocasiones es el único sentimiento explicable dentro de una vida que en su destino encuentra su misterio y descubre su encanto.
¿Cuántas vivencias en el paso de un hombre en la Tierra se verán soterradas ante la nula explicación de los actos de la vida sobre nuestra vulnerabilidad? Siempre existirá alguien que nos hará sentir innecesarios, pero este magnífico relato de Hawthorne nos lleva a cuestionar la idea de que en la desaparición como elección y no como prejuicio podremos permanecer tranquilos, disfrutar de una vida que no cambiaría en lo absoluto sin nuestra presencia, pero que, sin embargo, luchamos por salir victoriosos de ella. ¿Será entonces que la poca sabiduría a la que puede aspirar un hombre, toca a nuestra puerta cuando hemos sido capaces de mirar desde una ventana a nuestros seres queridos prescindir de nosotros?
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