Entre la rica historia de la filosofía, aparece un personaje que vivió ambas guerras mundiales, tragedias familiares, episodios de depresión y muchos otros vaivenes. A pesar de lo anterior, y aunque se presume que estaba loco, logró influir como ningún otro en la filosofía occidental. Hablamos de Ludwig Josef Johann Wittgenstein, nacido en Viena en1889. El contexto histórico de su país lo condenó a una vida difícil desde temprana edad. Vivió la decadencia total del imperio que lo vio nacer, además de un ambiente bélico continuo que abrumó a Europa a finales del siglo XIX y a principios del XX. Como si un continente en guerra no fuera suficiente, el contexto familiar de Wittgenstein tampoco fue muy alentador.
Ilustración de Carlos Gaytan
El padre del filósofo era de una clase acomodada, pero tuvo que amasar su fortuna por su propia mano a través de la ingeniería ferroviaria. El patriarca de la familia Wittgenstein intentó que sus siete hijos continuaran con el negocio familiar. La madre inculcó en sus hijos tendencias artísticas, y ese debate sobre la vocación de sus hijos terminó en el suicidio de los tres hermanos mayores del filósofo, hecho que marcaría sus inquietudes filosóficas para siempre. ¿Pero será que la familia de Wittgenstein tenía una tendencia genética a la depresión? Quizá sí, pues los suicidios de sus hermanos no fueron para nada comunes: el mayor se aventó al mar después de un fracaso artístico en Estados Unidos; otro tomó una copa de cianuro en un bar junto al pianista; y Konrad, el más cercano en edad a Ludwing, se disparó en la cabeza después de un deshonor en la Primera Guerra Mundial. Pero a pesar de la aparente tendencia a la tragedia, la familia del filósofo también era propensa a la intelectualidad. Su hermana Margaret se cultivó en el naciente psicoanálisis e inculcó en su hermano el pensamiento objetivo y la filosofía de la ciencia; además, su hermano Paul se convirtió en un excelente pianista, a pesar de haber perdido una mano en la guerra se dice que nadie interpretaba con tal habilidad el piano.
Una familia peculiar como la de Wittgenstein quizá nos haría pensar en una predisposición genética a la grandeza y a la tragedia. Sin embargo, el principal aspecto de la intensidad de la vida de los hijos de la estirpe posiblemente se deba a la educación recibida; ninguno de ellos asistió a un colegio. La madre les inculcó las bellas artes y las ciencias duras por igual, y este aspecto clave se ve reflejado en la filosofía de Ludwing, pues es tan numérica como metafísica. Wittgenstein llega a la filosofía como se suele llegar a las cosas buenas: por casualidad. Cuando estudiaba ingeniaría aeronáutica, obtuvo un libro de Bertrand Russel sobre filosofía numérica. De inmediato arregló todo para ir a algunas cátedras del autor. Russel proponía encontrar principios matemáticos que rigieran la lógica del mundo en que vivimos, mientras que Wittgenstein se inclinó a buscar si en el lenguaje se podían aplicar aquellos principios del universo numérico. Para Ludwig, el lenguaje es la herramienta única para entender la realidad pragmática del mundo; y además es una vía útil para transformar el entorno. El lenguaje es el principio, el medio y el fin. Ese fue el objetivo de su filosofía: encontrar las condiciones óptimas para que las palabras rijan nuestro mundo conceptual.
Para este filósofo, uno de los principales problemas que acontecen en el mundo de las ideas es que el lenguaje es usado de una manera equivocada, y no en el sentido gramatical o sintáctico, sino en el que un concepto adquiere un carácter dogmático por representar equivocadamente fenómenos de la vida. Es decir, a veces los conceptos son demasiado abstractos y no sirven para representar el mundo en el que vivimos. Saltan a la vista nociones como la de cultura, sociedad, poder e incluso el de filosofía. De ahí la frase más famosa del autor: “de lo que no se puede hablar, es mejor callarse”, pues al seguir conversando de conceptos tan abstractos lo único que se genera es un lenguaje vacío y carente de significado crítico.
La personalidad de Wittgenstein no era para nada sencilla. Una vez terminada su obra cumbre, Tratado lógico filosófico —libro que, por cierto, fue escrito mientras se encontraba en un campo de concentración—, asumió que la filosofía no tendría mas que ofrecerle, así que se recluyó en un pequeño pueblo austriaco donde sufrió episodios depresivos constantes. Y aún con las adversidades, consiguió madurar su propio sistema filosófico con más investigaciones. Esta vez incluye el término “representaciones”, que dota de un carácter real al lenguaje al insertarlo en el mundo tangible. Sobre eso meditó el resto de sus días.
Se ha trabajado la idea de que Wittgenstein sufría esquizofrenia, o por lo menos un grado de autismo. Cierto día en casa de su mentor, Ludwing creyó escuchar a la mascota de Bertrand Russel —un perro de raza pequeña— insultarle; acto seguido lo lanzó por la ventana, cosa que le costó la vida al animal. También se cuenta que mandó tirar el techo de su casa porque no estaba lo suficientemente alto; después lo reconstruyó tan sólo tres centímetros más alto que el anterior. Para el filósofo la convivencia social nunca fue sencilla, no tenía mas conocidos que el círculo de intelectuales con los que discutía. Llegó a decir que lo único que evitaba su suicidio era su afán de conocimiento. Como mínimo, encontramos en él una actitud obsesiva, con ciertas alucinaciones y con depresiones frecuentes. Wittgenstein murió al decidir no tratar su cáncer de próstata; su lucidez continúa siendo tema de debate. ¿Será que alguien puede estar loco y ser un genio a la vez? Quizá, de hecho, estar loco sea un requisito para la genialidad.
Fuentes de consulta:
Monk, R., & Alou, D. (2002). Ludwig Wittgenstein: el deber de un genio. Barcelona: Anagrama.
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Desafortunadamente, el siglo XX estuvo marcado por genocidios que cambiaron a la humanidad. Debemos conocer y recordar cada uno de ellos, para tener siempre en mente que jamás será válido atentar en contra de la vida de millones sólo por ganar guerras inútiles y despiadadas.