Siempre nos estamos despidiendo, llenos de miedo, de nostalgia, de pasión desbordada. ¿Qué le entregamos a la persona que amamos cuando no estamos seguros si pronto se irá? En el siguiente cuento de Chizo, los protagonistas se aferran a la noche porque cada amanecer es el ensayo de un adiós, una despedida prolongada.
YA SE VA A HACER DE DÍA Y NO QUIERO
Había una hora que nunca quería vivir. Todo iba bien por la noche, nos reconciliábamos todo, nos entendíamos todo, nos decíamos, nos susurrábamos cosas que sonrojaban al santo más santo y nos ponían la piel chinita, chinita. Su vientre se le hacía un mar y navegábamos de puerto en puerto hasta anclar el orgasmo con la orilla de su silueta bien tatuada a contraluz.
Exhaustos de querernos, nos acomodábamos uno pegado al otro, con la luz de la luna colada por la ventana, haciéndose la invitada entre los dos. Con las sábanas arrugadas y los brazos anudados nos poníamos en silencio, antes de dormir abrazados dejábamos escapar una que otra frase, de ésas que se dicen en el límite de la realidad y lo onírico —¡a saber de qué lado vale más la pena!—; pero las escuchábamos a esas horas como para al otro día quedarnos con la duda de si todo había sido un sueño.
“¿Vámonos de viaje?”, “tienes que cortarte ya el cabello”, “el libro que me recomendaste está agotado”, “creo que me vas a dejar marcado un chupetón en una chichi”, “¿aún tienes uñas?, creo que me dejaste un par en la espalda”, “¿a alguien más se lo has hecho así?”, “deja de preguntar esas cosas”, “no vayas a trabajar mañana y te hago el desayuno”, “voy a estar fuera el fin de semana”, “descansa, es tarde”, “buenas noches”, “buenas noches”.
Ya por ahí de las seis de la mañana empezaba a clarear, y muy adormilados abríamos un ojo para saber que estaba amaneciendo y yo pensaba siempre: ya se va a hacer de día y no quiero.
Porque siempre que se hacía de día yo me iba y nos despedíamos; siempre nos despedíamos como si fuera la última vez que dormía en su cama, y entonces le daba un beso lleno de todo lo que se puede dar cuando no sabes si será el último. Afortunadamente hubo muchas de esas despedidas en falso y muchos de esos besos en serio.
Ahora entiendo que nos queríamos tanto, que ese amor necesitaba de muchos simulacros para entrenarlo para lo irremediable. Y es que indefectiblemente un día se hizo de día sí o sí y sin quererlo.
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