Mirarlo a los ojos es verla a ella,
imaginarlos juntos,
jamás la encontrará en mis brazos,
yo no puedo ser ella.
A veces no soporto su mirada fija en mi cuerpo,
sentir como la busca en mis besos,
quizá no a ella, sino el consuelo, el “mientras”
yo no nací para ser tiempo,
no fui concebida para volver los años más lentos.
Amar bajo su constante sombra
es luchar contra un fantasma
agonizar entre las letras de su nombre
saberme aplastada por sus voces.
Siempre regresa,
no se deja atrapar,
su memoria se me escapa,
ha aprendido a volar.
Hay días en los que la batalla empeora,
más desgarradora cada vez,
y ella llega envuelta en las sombras que me devoran,
me comen entre su ser,
la veo escupirme, morderme, masticarme,
lanzándome su burlona mirada,
ojos pintados de soberbia,
sabe que ganará;
él siempre logra que sus fantasmas me venzan.
Y es entonces cuando las sombras se alejan,
esta vez, con algo de suerte quizá tarden más días en volver,
pero regresarán,
saben que estaré con él.
Me he dado cuenta de que yo no vuelo,
no como ella vuela en sus sombras,
yo caigo,
caigo en un abismo de luces borrosas,
cada vez que está conmigo y se queda callado,
un nuevo mensaje, otra canción, otro recuerdo,
y entonces aparece de nuevo la mirada suplicante,
él parado frente a mí y yo insignificante,
no logro escuchar lo que me dice,
una nueva mentira o la de siempre, más cicatrices.
Miro hacia abajo
me impulso
vuelvo a lanzarme hacia el abismo profundo.
Mentiras.