Corría el mes de abril del 2017 y no había más malo en la película de las redes sociales que el Museo Memoria y Tolerancia (MMYT).
Mika Aslan, o Mikonica Q, integrante del colectivo Dragas a la Calle y de la casa de Vogue House of Drag, denunciaba en sus cuentas que había sido discriminada por el recinto al no dejarla ingresar vestida de ella. Simplemente le pedían “respeto” y le indicaban “respetuosamente”, claro, que “no podía pasar así”. O sea, de drag.
El grito en las redes estaba lleno de razón: un museo que abanderaba la tolerancia caía precisamente en lo contrario y se ganaba a pulso denuncias en el Conapred, Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, y su par capitalina, Copred.
La exposición estará disponible hasta fines de junio. (Foto: Cortesía Museo Memoria y Tolerancia)
Menos de un año después, el MMYT se lavaría la cara de la discriminación con una muestra: LGBT+, Identidad, amor y sexualidad, en exhibición desde febrero y hasta fines de este mes.
“Todos los humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, se lee en sus salas, una primicia que el recinto debió de haber dado para llenar planas a quien le negó la entrada a Mika Aslan.
La muestra no sería la mejor respuesta del recinto para contribuir a la cultura de la tolerancia –incluso desde su propia casa– pero sí un intento loable.
Se trata de una exposición documental más bien didáctica que los LGBTTIQ+ podrían encontrar básica, pero es claro, o al menos eso se intuye, que no es ese su target, sino aquel más ajeno –o medianamente ajeno– a la comunidad retratada. Y es que busca educar en diversos temas, desde el reconocimiento de que no existe una sola familia tradicional hasta la comprensión de la historia de los movimientos en pro de la diversidad sexual (aunque sesgada por la visión parcial del curador, Alejandro Brito), e incluso pasando por las claves para diferenciar, por ejemplo, entre un transgénero y un transexual.
En resumen, podría decirse que es una muestra que navega entre los temas históricos y periodísticos y de psicología y salud, y que, aunque a veces puede parecer llena de clichés, es cumplidora.
Pero sí tiene, sin duda, un acento completamente fino: a menos que uno esté irremediablemente podrido por dentro, tullido de sus capacidades de reconocimiento en el otro, la “otredad”, es una exposición que enseña a no odiar, que abraza la diferencia, aun a golpes, como el trancazo emocional de un padre homofóbico del que se comparte en una de las salas su reacción al enterarse de que su hijo era gay: “Cuando supe que uno mis hijos era homosexual, para mí fue lo peor, pues odiaba a todos los maricones: incluso en un festival vi a dos tomarse de la mano y los golpeé e insulté, y así también lo hacía con toda la gente que no fuera como yo. Esta noticia me hizo cambiar por completo, pues comencé a temer que en la calle hubiera otro idiota como yo haciendo lo mismo con mi hijo”.
Ese testimonio hace un poco berrear.
*Las columnas de opinión de CC News reflejan sólo el punto de vista del autor.
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