Para Rocío Monroy, defender a sus hijas del abuso sexual al que fueron sometidas por su propio padre ha sido un calvario sin fin.
Hace algo más de un par de décadas, ella era la alumna aplicada de la escuela y una joven con mucho futuro. Pasados los años, como es natural, se casó y tuvo dos hijas. Hace unos días me entregó un escrito en que describe la dolorosa historia que está viviendo. Un infierno atizado además con la indolencia de las autoridades judiciales y sobre todo el riesgo al que están expuestas nuevamente sus pequeñas por la impunidad de que goza su progenitor y victimario.
Este es su escrito:
CALVARIO SIN FIN
15 de febrero del 2008. Por fin conozco la verdad de lo que le pasa a mi niña. Está llorando en la cama, tiene tres añitos. “¿Qué te pasa, hija?” Ella me responde en medio de su llanto: “no me gusta el juego de la cuchara”. Yo no alcanzo a comprender de qué me habla, trata de explicarme pero no entiendo, está llorando amargamente, voy a la cocina y tomo una cucharita, regreso a la recámara y le pido que me enseñe el juego de la cuchara. Para mi sorpresa, lo que menos imaginé, se baja sus pantaloncitos y su calzoncito. Veo que se va a meter la cuchara, la detengo y le pregunto: “¿quién te hace el juego de la cuchara?” Y responde: “mi papá”. Se me parte el alma y la abrazo. En ese momento entiendo muchas cosas. Eso no está bien, pobrecita, por eso con anterioridad, cada vez que le preguntaba “¿qué tienes?”, ella respondía “nada mamita, así no te pasará nada a ti ni a mi hermanita”. Lo que debe haber sufrido.
Sin dudarlo voy al Ministerio Público a presentar la denuncia en contra del padre de mis hijas, Enrique Sánchez Núñez, y su hermana María de la Paz, quien también había abusado sexualmente de mi hija en por lo menos una ocasión anterior. No la había denunciado porque me lo pidió mi marido, accediendo a su súplica con la condición de que no volviera a acercarse a mis hijas ni a mí. Ambos habían cometido un delito en agravio de mi pequeña y ambos debían pagar por lo que hicieron.
El dictamen del Tribunal acreditó que la niña sufrió el abuso sexual de su padre. (Foto: Especial)
Declaraciones, los detienen, más declaraciones, estudios, tiempo de espera, finalmente pasa al Juzgado Quincuagésimo Penal del Reclusorio Oriente, con el juez José Eligio Rodríguez Alba, quien después les declara auto de formal prisión.
La Policía Judicial me recomienda salir de mi casa porque ahí corro peligro estando sola con mis niñas, ya que ellos se dieron cuenta de las amenazas que me hacían. Me voy con mis padres, habían pasado unos días y cuando regreso a mi casa me encuentro con el cambio de cerraduras. ¿Quién las cambiaría? El problema es que ya no pude acceder a las cosas de mis hijas ni mías, la medicina de mi bebé a quien habían operado recientemente del corazón, su leche, su cuna, simplemente ya no pude entrar.
Sigue corriendo el tiempo, largas audiencias, otras que se suspenden, más estudios, declaraciones, careos, todo con una fuerte carga emocional que te aplasta el alma. “No se preocupe, el delito está comprobado, sólo hay que esperar para que dicten la sentencia”. El tiempo transcurre, la herida continúa abierta y finalmente un año con nueve meses después dictan sentencia. Al no existir testigos presenciales, los absuelven. Fue como una cubetada de agua fría.
¿Cómo? Si había pruebas suficientes, la declaración de la niña, peritajes… No les importa. Es un delito de realización oculta, ¿en qué piensan? El Ministerio Público apela, pero el Magistrado Jorge Ponce Martínez de la Primera Sala Penal del TSJ del Distrito Federal, lejos de analizar, simplemente confirma. Yo, en mi desesperación y miedo, acudo al Ministerio Público: “¿y ahora qué hacemos para proteger a mis niñas?” Cruzados de brazos me dicen:
—Ya no puede hacer nada y si hace algo le puede ir mal y voltearse los papeles.
—Pero han dejado en libertad a un pedófilo, mis hijas están en riesgo.
—No podemos hacer nada, donde manda capitán no gobierna marinero. No haga nada.
Una impotencia, miedo, desesperación, un dolor profundo recorría mi cuerpo. ¿Cómo defender a mis pequeñas?
El dictamen psicológico de la niña mostró que ella no quiere volver a ver a su agresor. (Foto: Especial)
No sabía qué hacer, a quién recurrir, “debe haber algo”, me decía. Inicié el trámite de divorcio, solicitando la protección de mis hijas, pero no logré notificárselo a Enrique Sánchez Núñez, pero él también me lo demanda. Ya notificada, comienzan las audiencias. No es fácil sentarse a un lado de la persona que violentó sexualmente a mi hija, pero así comienza un trámite largo. Ahora tenían que ir las niñas y también declarar. Incluso las citaron un 6 de enero, el peor regalo de Día de Reyes. El preguntarles, el recordar lo vivido, claro que les afecta. Tuvieron que ir varias veces y someterse a más estudios. Ir y venir, y esto no acaba. En un juzgado el trámite de divorcio, en otro la pérdida de la patria potestad, el leer las infamias que él escribía en los oficios, resultaba que él era la víctima y yo la bruja del cuento, cruel y malvada que me aprovechaba. “Sé fuerte”, me decía yo misma, “se hará justicia”.
Él, junto con sus abogados y familia, se valían de todas las artimañas para pasar como unos angelitos. Vil mentira, dañaron a mis hijas y no sólo yo lo digo, también los peritos en psicología en el área sexual. Yo vi lo que mi pequeña me dijo, tenía tres años, no lo inventó, no son fantasías, lo vivió. Aun no alcanzo a comprender por qué dejaron en libertad a Enrique Sánchez Núñez. Tienen mayor credibilidad los criminales. El único estudio que resultó favorable para él fue uno realizado por un amigo de su padre, el psicólogo Jacobo Licha Rufeill, mismo que no tiene validez por su propio origen, psicólogo que también se atrevió a dictaminarnos a mis hijas, a mí y a mi familia sin siquiera conocernos.
Han pasado diez años y aun sufrimos la agonía de una herida que no puede cerrar. Al parecer todo ya iba a terminar, Enrique Sánchez Núñez no tendría derecho a convivir con mis pequeñas por su conducta depravada, pero solicitó un amparo que le negó el Juez Primero de Distrito del Centro Auxiliar de la Décima Primera Región con residencia en Coatzacoalcos Veracruz, Alejandro Bermúdez Sánchez, después de un estudio minucioso ya que está plenamente acreditada la violencia sexual hacia mi hija.
Inconforme nuevamente, Enrique promueve un recurso de revisión que realizó el Cuarto Tribunal Colegiado de la Ciudad de México, con Ethel Lizette del Carmen Rodríguez Arcovedo como magistrada ponente, quien procedió de una forma completamente inadecuada al no considerar las pruebas existentes, siendo extrañamente parcial utilizando los mismos argumentos del padre de mis hijas para darle la razón a él, convirtiéndolo en la víctima y dándole el privilegio de convivir con mis niñas a pesar de que ellas reiteradamente han dicho a las autoridades que no quieren verlo y que existe la recomendación de peritos especialistas de que esta convivencia no es recomendable por el daño psicológico irreversible que puede ocasionar.
Una nota informativa de la Procuraduría advierte del gran riesgo de obligar a la niña a convivir con su agresor. (Foto: Especial)
Cuando escuché la resolución de la magistrada Rodríguez Arcovedo en la sesión, fue como si me enterraran una daga directo en el corazón y con lágrimas en los ojos levanté mi mano pidiendo la palabra, les iba a solicitar que en verdad estudien el caso y no perjudiquen a mis hijas, simplemente me ignoraron, votaron unánimemente a favor, sin discutir el asunto, me ignoraron, incluso se rieron.
Pasó todo por alto, incluso la resolución del Séptimo Tribunal Colegiado de la Ciudad de México, donde le negaron el amparo, confirmando la Pérdida de la Patria Potestad por conducta depravada e incumplimiento reiterado de pensión alimenticia, que claro, inconforme interpuso recurso de revisión ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación y actualmente se encuentra en esta Institución en estudio.
En su sentencia, el Tribunal está obligando a la niña a convivir con quien la abusó sexualmente. (Foto: Especial)
Todos los psicólogos que han evaluado a mi hija coinciden que es una sobreviviente de violencia sexual cometida por su padre, algunas autoridades también, pero tristemente otras no han velado por el interés superior de mis menores hijas, tal como la magistrada ponente Rodríguez Arcovedo del Cuarto Tribunal Colegiado de la Ciudad de México quien ordena someterlas a una situación que no las beneficiará en absoluto, al contrario, ¿se imaginan que sería convivir con alguien del que fuiste víctima de violencia sexual o la convivencia de un menor con un pederasta?
Me pregunto ¿dónde está la justicia? ¿Dónde está el tan nombrado interés superior del menor? Las preguntas surgen porque mis hijas están siendo revictimizadas. No es justo, no se vale.
Hasta aquí el texto de Rocío. Por supuesto, los nombres de sus hijas fueron protegidos dado que son menores de edad.
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