La ropa no es un accidente ni es un recurso vacío en el guardarropa de nadie. Mucho menos en el de los mexicanos. La vestimenta, considerada por diversos expertos y estudiosos del tema como un código a través del cual se pueden definir comportamientos orígenes, estatus sociales, pertenencias explícitas a un grupo y determinadas participaciones políticas (ciudadanas), es un arte completo y en toda la extensión de su acaecimiento. Esto, obviando entonces que el vestir y sus diferentes fragmentaciones son un medio de comunicación directo y, en ocasiones, más sagaz que cualquier otra vía de expresión.
El vestir y la moda como lenguajes articulados por signos, son parte de la idiosincrasia de un país, de diversas naciones y distintos grupos sociales. En ellas, se refleja cultura –en toda la amplitud de su concepto–, personalidad y desempeño social.
Retomando la riqueza textil que siempre ha invadido a México y los nuevos caminos de la estética nacional, cada vez más ecléctica, de a poco más sugerente, Belinda apareció en el Estadio Azteca una noche de junio de 2018, en el marco de un cierre de campaña bastante controversial, con una prenda efectivísima en el sentido que aquí exponemos.
Dicho evento de cierto candidato presidencial –a quien se le ha dicho mesías, demente y esperanza genuina–, fue el espacio-pretexto para que una cantante pop hiciera lo propio: evidenciara sus intenciones y posturas no sólo políticas, sino partidistas y sociales, más allá de los límites con que fue creado su personaje del espectáculo, la televisión y las revistas del corazón.
Belinda, habiéndose pronunciado como simpatizante de tal candidato desde el segundo debate presidencial, se sumó al evento con que éste despediría su campaña. Durante el show, mostró distintos outfits, pero hubo uno que significativamente llamó la atención de todos: el de una gabardina de inspiración urbana que contaba en la espalda con un águila juarista.
Es decir, en su prenda, Belinda portó un águila que Benito Juárez instauró en los símbolos patrios como una respuesta al simbolismo del cual echó mano el Imperio Mexicano, y que hoy es recobrado por un movimiento que pretende la regeneración de un país vilipendiado por las prácticas más conservadoras.
Juárez, de 1867 a 1880, tras el derrocamiento de Maximiliano de Habsburgo y con el fin de una época turbulenta en México, retomó la Cuarta Bandera Nacional, le despojó de la corona que le adornaba y le devolvió a la simbología patria un halo de simplicidad que escapaba de esos marcos estilizados, que más bien evocaban a un escudo de armas familiar y no una representación abierta y comunal del nacionalismo.
Belinda, sumándose como partidaria y agente de un movimiento político que se clama a sí mismo como un levantamiento del pueblo y una emancipación del mexicano, usó entonces una gabardina nada incidental y cargada de mensajes que quizás desconocemos, pero que urge mirar con mayor detenimiento. Dicha águila en su espalda no es sólo una calca de ese milenario, tradicional y afrancesado animal de la identidad mexicana; es un símil de la restauración de la República que está intentando cierto grupo en el país.