Un abrigo de mink. Allí nuestra sustantivación imaginaria y máxima del lujo, del estilo o del despilfarro económico. Gracias a una cultura de ensueño heredada de los años 50, una propagación de la idea incluso en viejas caricaturas como Los Picapiedra, el abrigo se sembró en nuestra mente como una prenda que sólo puedes tener cuando tu cartera es verdaderamente ancha y que alcanza su mayor nivel de ostentación con las pieles animales. A la fecha, muchos desconocen que el mencionado mink no es otra criatura que el visón y que, de hecho, los abrigos no sólo están hechos de pelajes naturales o dispuestos para cubrir del frío.
Antes de tener esa función que entendemos como exclusiva de protección ante el clima, en la antigüedad el abrigo permitía establecer la posición social de quien lo vestía, sí, pero también daba testimonio de temperamentos, profesiones, oficios e intereses o propiedades de tenor político. Fue hasta principios del siglo XIX que muchos abrigos de mujer se basaron en la hechura de la levita –un saco de corte tan largo que llegaba a la rodilla– y que los abrigos tipo Polo, Balmacaan o Mandarín se abrieron paso a un uso de sofisticación común; entonces convirtiéndose en la prenda que conocemos hoy, tan democratizada y variante como muchas otras.
Perdiendo el miedo así a vestir con abrigos, pero aun y con todo, en necesidad de una guía más detallada para abrirse paso a esta prenda, que si bien no es en extremo necesaria para muchas de nuestras ciudades en Latinoamérica —pero sí en términos estrictos de estética—, podemos decirte que para elegir uno sabiamente necesitas:
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Tomar en cuenta tu presupuesto. Los hay en exceso costosos, de pieles naturales –incluso reconstituidas o rescatadas–, pero también de pelaje sintético o telas que transmiten otro tipo de información. A partir de esto, puedes dirigir a tu próximo acompañante de tardes frías.
Busca también uno al que le puedas sacar toda posibilidad. Elige uno que puedas combinar con tu clóset a partir del color y que tenga combinación con más del 80 % de tu guardarropa.
Los abrigos vienen en diferentes largos, desde abrigos a la cintura hasta los que llegan a los tobillos. Esto influye en el costo, así que tómalo muy en cuenta.
Invierte en un abrigo de buena calidad que te vaya a durar muchos años. Las mejores telas para los abrigos son el casimir, la lana y las fibras naturales; además de que no son tan caros como otros que podrías encontrar en el mercado.
La calidad de un abrigo se nota en la tela y en los remaches; revisa bien las costuras que unen las piezas, pues éstas deben estar bien cosidas y no deben notarse abultamientos ni agujeros. Este factor suele aumentar la inversión, pero piensa que necesitas algo que te dure más allá de una temporada.
Y por último, pero de extrema relevancia, siempre que vayas a medirte abrigos recuerda llevar una pieza de ropa con la que piensas usarlo o que creas básica para su complementación. Tip: si no te queda sobre un suéter o un saco, el abrigo no es de la talla que lo necesitas.
Ya sea tan sensual como los que acostumbraba Marilyn Monroe o tan classy como el que caracteriza a las chicas londinenses, piensa que no hay razón o impedimento alguno para que tengas un abrigo en tu guardarropa. Es más, podemos considerar urgente que adquieras uno y éste se mimetice con tu absoluta personalidad.
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