Entre todas las mutaciones que ha tenido la subcultura mundial y la renuncia a los grandes sistemas, la más cercana y quizá más criticada es aquella que se halla bajo la denominación de hipster. Cómo es que nació este sujeto que ha renunciado a todo pero aceptado algo todavía más grande, no lo sabemos; podemos rastrear sus orígenes en la década de los 40, cuando una generación muy particular promulgó el quiebre con el establishment oficial no perteneciendo a zonas gentrificadas o comprando en mercados orgánicos, sino de verdad buscando una identidad que abrazara siempre a la cambiante definición de “lo otro”. En este círculo que jóvenes ansiosos por la exclusión se puede identificar a algunos cuantos que se introdujeron en el mundo del arte y hoy se recuerdan a partir de sus producciones intelectuales como Kerouac, Burroughs, Hunckle y Ginsberg.
Más allá de los intereses originales que dieron fuerza a un movimiento como éste, a más de una década de distancia, el hipster ya no es estrictamente aquél que sabe de música afroamericana y tiende a un sistema cultural disidente de las grandes olas; con el avance de los años se ha convertido en una tendencia y un sello característico que retoma a la mayoría de las corrientes alternativas de posguerra en un fetiche.
Si algo tiene de malo, no lo creemos. A fin de cuentas, esto sucede con cualquier revolución estética o discursiva en la historia; llega un momento en que se fija como un recurso más del complejo engranaje que representa la humanidad y se institucionaliza como posibilidad estilística o intelectual. En el caso de los hipsters contemporáneos, esa inspiración reunida de etnias no asimiladas, de simplicidades textiles o indumentarias y de viejas predisposiciones se dirige a una identidad trasnacional que conjuga la sobriedad antimoda con el hecho de ser en sí un estilo bien marcado, ser la denuncia por excelencia al mainstream y estar en plena conexión con los dispositivos tecnológicos de Apple.
En esa aparente contradicción, la chica hipster de Londres, específicamente, ha demostrado que el contacto de lo alternativo con la estandarización tiene un impacto real en la cultura pop bajo la idea de que un verdadero ataque a las formas se hace desde dentro de ese mismo sistema que se desafía.
A primera vista puede parecer la creación de un estereotipo, pero en realidad es una conciencia más abierta a que la diversificación no siempre se debe dar en términos de la distopía. Las siguientes sugerencias obedecen entonces no a una imitación, sino a la revisión puntual de cómo lograr un resultado tan efectivo, tal cual es visible en la mujer londinense.
Jeans sin complicaciones ni cortes extraordinarios es la primera llave.
Mientras más deslavados o decolorados se encuentren, mejor.
Zapatos negros tradicionales o botas acompañan cualquier camino.
Largos abrigos sin ningún diseño o patrón llamativo es la mejor alternativa. Nada de trench coats.
Los cárdigans largos surten el mismo efecto.
Camisas que evoquen androginia o un tinte marcadamente masculino son la mejor alternativa.
Los colores sobrios nunca están de más.
Toda falda o pantalón debe obedecer a la cintura y no a cortes trendy.
Las prendas pueden jugar con el cuerpo a partir de cortes american fit, relaxed fit o big sized.
Olvida los bolsos ostentosos; la practicidad de una vieja mochila o un haversack muy bohemio.
Para continuar estudiando la figura y mutación del hipster, puedes visitar Los rostros más hipsters del cine que no sabías que amabas para darte cuenta que la propagación de la subcultura ha sido más compleja de lo que parece, y Libros básicos que todo hipster debe leer para saber qué motiva intelectualmente a ese movimiento que se odia y ama a la vez.