Ahora cualquiera puede ser supermodelo.
—Linda Evangelista
En efecto. Hoy toda mujer es una verdadera aspirante a supermodelo, ya que el tiempo hizo de las suyas nuevamente y rompió los paradigmas y estándares que tienen que ver con la estética, la imagen y el dress code que habíamos entendido desde hace tiempo en cuanto al modelaje se refiere. Ya no es necesario medir más de 1.70 para desfilar en una pasarela, tampoco hay que tener una talla diminuta en la cintura, piernas kilométricas o cabellera de ensueño. La industria de la moda nos ha enseñado que basta con sentirse hermosa para modelar cualquier prenda.
Decimos que el tiempo volvió a hacerlo y es que —al menos en este punto— nos llevó de vuelta a los inicios del modelaje, en el lejano siglo XIX. En aquellos años los fotógrafos necesitaban capturar personas para mostrar los retratos que podían realizar; sin embargo, las personas comunes ya estaban muy vistas. Necesitaban innovar y cambiar la perspectiva, así que reclutaron chicas de apariencia jovial, sonrientes y atractivas. Pero no demasiado, pues querían dar la oportunidad a toda señorita que quisiera posar frente a una cámara y, claro, que fuese un rostro lindo. Pero poco a poco, esto se convirtió en una industria y las “señoritas comunes” pasaron a ser “maniquíes”; es decir, modelos.
Ellas tenían ya un empleo en dicha industria y pasaban los días encerradas en salones de moda en las que las peinaban, maquillaban y ellas, alegremente, posaban para las primeras cámaras. De este modo, la moda vio una oportunidad —quizá abrupta— para promover sus productos, y pronto las modelos o maniquíes se convirtieron en un objetivo para todas las mujeres y niñas. Sin embargo, con el paso de los años, cada vez se hizo más difícil aspirar a ser una de ellas. Lentamente, estas mujeres que tenían carisma y que sonreían frente a la cámara mostrando la ropa que se usaba, se convirtieron en el más grande sueño de todas las demás mujeres del mundo, quienes querían incursionar en su espacio.
Éste ya no era un simple y sencillo ambiente. Con la llegada del nuevo siglo, las maniquíes dejaron de lado la connotación de objeto para ser vistas como lo que eran: mujeres hermosas, poderosas y con grandes oportunidades para ser verdaderas exponentes del estilo y personas aspiracionales que más allá de ser los retratos de la época, se convirtieron en imágenes inalcanzables, cuerpos deseables y rostros tan perfectos que pocas mujeres podían jactarse de tener uno.
Por esto mismo, en 1920 se formó la primera agencia de modelos en Nueva York, a cargo de John Powers. Al otro lado del mundo se les preparaba también y existían escuelas en las que las señoritas asistían con regularidad a tomar clases de postura, modales y les enseñaban a caminar correctamente; por lo que muchas otras chicas comenzaron a asistir con la finalidad de comportarse “adecuadamente” en la sociedad.
Pero no todo recaía en ellas, los fotógrafos eran parte fundamental del concepto de modelo que se estaban formando y así llegó la primera mitad —un poco menos— del nuevo siglo. Con estos años, la guerra y el desastre mundial que se vivía, los fotógrafos de moda eran muy asediados y escasos, por lo que, aquellos que gozaban de prestigio y fama, sólo reclutaban mujeres que en verdad comenzaban a vivir el glamour y el éxito como verdaderas divas. Los tiempos en los el carisma y talento lo hacían todo, estaban olvidados. Se comenzó a notar lo que caracterizaría a las modelos en un futuro: belleza extraordinaria.
Comenzaron entonces a surgir nombres emblemáticos como Dorian Leigh, Fiona Campbell-Walter, Bettina y Bárbara Goalen, quien es considerada la primera supermodelo, ya que las personas la reconocían en las calles, le pedían autógrafos y permanecían expectantes a su vida, como si se tratara de una estrella de Hollywood… quizá más aún.
La mayoría se involucró en programas y eventos en los que sólo pretendían innovar. Así que se juntaban los mejores cerebros de la industrial textil: diseñadores, vendedores, dueños de boutiques, marcas y claro, las modelos. Todos en conjunto forjaban el mundo de la moda, pero pretendían romper esquemas y lo lograron. Por ello llevaron las pasarelas a escenarios poco comunes como aviones y modelaban prendas que casi no se usaban como un bikini o una falda cuyo tiro era más arriba de la rodilla. Atrevimiento y libertad en cantidades extremas.
Pero si en algo no había tanta apertura era en la inclusión y la no discriminación. Para los años 50, las modelos más famosas y populares eran blancas y en todo el mundo predominaban los rostros afilados, pómulos prominentes y figuras estilizadas, mientras que las mujeres que no pertenecían a estas características eran poco convocadas.
La brecha se dio también en el sueldo, el cual era cada vez más grande en las cuentas de banco de Dovima y otras modelos de mirada atrapante, cuerpo espectacular y porte único.
Pero no tardarían en llegar las prendas que revolucionarían todo (de nuevo), así como los nuevos estándares sociales. En los sesenta, con la incursión de la minifalda y los nuevos estatutos al usarla, las supermodelos se convirtieron en el estandarte a seguir por todas aquellas personas que estaban dispuestas a romper paradigmas. Tan es así, que surgió la primera modelo afroamericana que gozaba de fama como el resto: Donyale Luna
Entonces, ser supermodelo significaba la gloria.
Pero no todo era genialidad en el mundo del modelaje profesional. Por desgracia se empezaban a evidenciar los excesos y la mala y exagerada vida de sus protagonistas. Hecho que —muchas de ellas— aprovecharon para convertirse en dueñas de su propia agencia, de marcas o simplemente de sus carreras, mismas que para los años ochenta, ya eran estatus casi imposible de alcanzar. Además, los estereotipos estaban muy marcados en todas esas mujeres; de modo que eran pocas las supermodelos de color, de ascendencia latina o de baja estatura que sobrevivían al salvaje mundo de la moda.
De igual manera, nacieron esas estrellas que después veríamos en las pasarelas y en otros ámbitos como filmes, videos de rock, premiaciones que parecieran no tener nada que ver con el modelaje y demás actividades. Estaban en la cúspide.
Lentamente, las modelos dejaron de serlo para convertirse en personas comunes que luchan por sus sueños, no en estrellas inalcanzables. Muchas de ellas se mostraban simples cuando no estaban en una pasarela, tenían estilo y comenzaban a luchar por ellas mismas, por su empleo y claro, sus convicciones. Eran mujeres poderosas y realmente estaban dispuestas a dejar ese estatuto de “reinas inalcanzables”.
Así, con una década un poco conflictuada entre esas mujeres que añoraban ser vistas y aclamadas y esas otras cuyo fin en la vida era demostrar que la fama y el reconocimiento no lo eran todo, llegó el nuevo milenio y con él nuevas oportunidades dentro de la industria de la moda. Por ello, las modelos asiáticas, las plus size y las latinas dejaron de ser un tabú y formaron parte de la élite que muchas de ellas temían alcanzar, pero que veían como finalidad para conseguir abrir la brecha. Lentamente se construía un puente a la diversidad.
Ahora podemos ver una gran variedad de chicas que más que marcar tendencia, permiten que el estilo las acompañe. Que haya una gran apertura a nuevos cánones y que cualquier mujer pueda aspirar a ser una supermodelo. Ya no hay tallas, colores de piel o estaturas predeterminadas; al menos no tan notorias. El estilo es aquello que predomina y juega con todo lo que hay.
Le damos la bienvenida a modelos transgénero, andróginas, plus size y con peculiaridades cutáneas que las distinguen, pero que no son impedimento como hace un tiempo. Ya no hay más estereotipos. Ahora somos más abiertos a los estándares de belleza, es más, ya no existen como tal. Basta con ser una misma y tener un poco de disposición para ser un ejemplo a seguir.
¿No es acaso un recordatorio de todo aquello que alguna vez comenzó como un trabajo simple y satisfactorio y que se convirtió en un estatus de belleza? Ahora, todo ha vuelto al origen, cuando la vida de una supermodelo era ideal, pero no había restricciones ni nada similar. Todo parecía no tener reglas estrictas. Ahora, estas mujeres y hombres se mantienen en la cima, pero con un perfil bajo que pretende incluir, dar oportunidad y emitir un mensaje de fortaleza para sobrellevar el mundo que, desafortunadamente, es más caótico cada vez.