Según The New York Times, cuando el matrimonio Trump decidió finalmente mudarse a Washington en 2017, Melania había estipulado ya algunos requerimientos muy específicos sobre la decoración que necesitaba La Casa Blanca.
De acuerdo con las investigaciones e informes recabados, la selección de la exmodelo se basaba en mobiliario y diseño de línea pulcras, modernas, sofisticadas y casi minimalistas; identidad que Donald Trump no tardó en desestimar, dada su fascinación gráfica por el imperialismo, lo triunfal y el exacerbamiento dorado de la opulencia yanqui. La intención plástica de Melania, conforme a los testimonios recogidos, fue aplastada por el control estético de la Administración Trump.
Y gracias a ese dato, junto a escándalos como el de la parka I DON’T REALLY CARE durante su visita a los niños enjaulados en Texas, la figura de Melania ha gozado últimamente de consideraciones que no sabemos con certeza si merece.
Desde que Omarosa Manigault Newman dejó la Casa Blanca en diciembre de 2017 –como Asistente del Presidente y Directora de Comunicaciones de la Oficina de Enlaces Públicos– para revelar una gran cantidad de datos oscuros sobre el presidente en su libro Unhinged: An Insider’s Account of the Trump White House, una serie de especulaciones en torno a Melania y a suerte de reivindicación o redención hacia ella se notaron en el análisis de periodistas, editores o comentaristas.
The Daily Mail publicó un extracto del libro de Omarosa, donde ésta escribe: «Tomadas a cabalidad, todas las rebeliones de estilo de Melania Trump han servido para el mismo propósito, y no sólo uno de mala dirección y distracción –estrategias que su marido conoce muy bien–. Creo que Melania usa el estilo para castigar a su marido».
Y así como Omarosa cree fuertemente en esto, muchos sitios web o publicaciones periodísticas lo sostienen. Han visto en el guardarropa de Melania intenciones diametralmente opuestas a las de su marido; incluso, algunos estiman que a partir de su styling ha decidido alinearse a movimientos subversivos o contestatarios a la administración de Donald.
Sin embargo, parece que Omarosa está leyendo de más en los outfits de la Primera Dama. ¿No es exagerado decir que durante el segundo debate presidencial de 2016, cuando usó una blusa pussy-bow, lo hizo como respuesta a Donald y su desagradable comentario de que a él le gusta tomar a las mujeres by the pussy (por el coño)?
Bajo el mismo techo, ¿no es forzado decir que el pantsuit blanco de su primera aparición como Primera Dama fue un signo de rebeldía anti-Trump al usar un look icónico de Hillary Clinton? ¿No es estirar demasiado la exégesis del vestir cuando dicen que los grandes stilettos de Melania –al visitar las zonas dañadas en Houston tras el huracán Harry– fueron señal de respeto femenino a los damnificados?
Sin dar más vueltas, la parka verde militar en una situación tan delicada como la de los niños a punto de ser deportados es catalogada por algunos como un intento de metatexto para el presidente Trump, pero ¿de verdad fue así? ¿Quién puede creerlo con sinceridad?
Aún cuando pueda ser identificada y casi caricaturizada como La Bella de La Bestia –justo en la revisión que hace Vanessa Friedman, Directora de Moda para el Times–, sus decisiones han sido completamente deliberadas y en un tenor que la posicionan de manera incómoda. Incluso imprudente y deleznable. Friedman dice: «Claramente, la Sra. Trump entiende lo que significa elegir ropa discreta, que sea prácticamente silenciosa; lo que hace que la decisión anterior parezca aún más pensada».
Lo sentimos Omarosa, tus comentarios son completamente válidos, loables en ciertos casos, pero no son en absoluto verdaderos. La lectura de un vestido, especialmente si involucra un mensaje con palabras expresas, es mucho más delimitado de lo usual. En todo caso, si la Sra. Trump necesita enviar un statement al presidente, requiere ser más directa con él. Tanto como su más reciente guardarropa, con el cual parece que quisiera pasar desapercibida frente a los medios.