El tema de la moda en México ha sido complejo desde el instante primero en que se reconoció –sobre nuestro suelo– la importancia de la indumentaria y el vestir prehispánico. Mucho más cuando se advirtieron los choques culturales con la España conquistadora y sus consecuencias en la esfera de los usos y las costumbres; cuando diversos manifiestos en torno a la aparición humana –escritos y no escritos– lograron una identidad cambiante y llena de relevancias políticas, sociales e incluso filosóficas. Asimismo, y con el paso agigantado de los años, lo que entendemos como Moda mexicana (ya con mayúsculas) ha sido permeado y revalorado por la influencia, impacto, violencia mediática y asombro del fashion internacional. Un escenario así solamente ha resultado en una disciplina complicada de entender y difícil de accionar.
Quién no recuerda cuando sólo se conseguían prendas de famosa etiqueta mundial yendo personalmente a comprarlas al extranjero. O cuando grandes tiendas departamentales en el país imitaban el estilo de la moda francesa, las contraculturas llegaban acomodándose a la historia nacional y esfuerzos como el de la revista Paquita abrían paso al estilo de la mujer cosmopolita.
Todo hasta tocar tal punto en que se obvió la importancia de generar y desarrollar una cultura de la moda y el vestido en México que difundiera, apoyara y estructura tanto identidad como personajes que crearan y no sólo adoptaran o tradujeran lo que se hacía más allá de nuestros horizontes.
Durante 1980, con la creación de la Aguja de Oro –concurso de diseño que convocó a jóvenes estudiantes y diseñadores de moda en México para participar con sus creaciones en una contienda que les permitiera medirse con sus pares– se inauguró un plano de creatividad y técnica que dio rienda suelta a la imaginación, a las miradas innovadoras tanto en lo personal como en lo global. La competencia en pos del talento y la particularidad se dio cita en el contexto mexicano de la moda.
Uno de los personajes clave para este impulso fue Anna Fusoni, quien siempre ha tenido la firme convicción de que el diseño original, el ingenio y el movimiento creativo son los únicos valores agregados que permiten a la moda de un país competir internacionalmente y posicionarse en el mercado global.
La Aguja de Oro se llevó a cabo anualmente durante cuatro años con resultados positivos, prueba patente de que había talento y el deseo de destacar; sin embargo, una revolución más era urgente y necesaria. Al culminar la Aguja de Oro en 1984 arrancó la iniciativa de un nuevo concurso, el Modapremio. Un encuentro dedicado –exclusivamente– a estudiantes, un espacio que nació gracias a la experiencia de los años anteriores y su enseñanza más valiosa: son los estudiantes de diseño en México quienes mas requieren de un estímulo y oportunidad de visibilidad para crecer como país de la moda.
El primer año de este nuevo concepto fue en 1985, pero debido al terremoto de septiembre el evento no pudo realizarse y fue hasta 1986 que el Modapremio se consolidó y llevó a cabo durante años sin interrupción. Premios a lo mejor de las escuelas de diseño de moda de toda la República mexicana fueron otorgados y grandes talentos y figuras del fashion fueron descubiertas.
Hoy, Anna Fusoni y un séquito de personas comprometidas con esa misma intención que gestó dicha propuesta, organizan una nueva edición de Modapremio; un punto que facilitará el encuentro entre expertos, aficionados y estudiantes de diseño. Un festival que por dos días ofrecerá conferencias, tutorías, presentaciones creativas y oportunidades de networking. La cita será los días 23 y 24 de febrero de 2018 con sede en la Universidad de Londres campus Vértiz.
Para conocer más de la propuesta y su programa ve al sitio de MODAPREMIO; así como su Facebook e Instagram oficiales.