La Mara Salvatrucha, conocida como MS-13, es una de las pandillas criminales más peligrosas del mundo. Sus orígenes se remontan a la década de los ochenta, en la ciudad de Los Ángeles California, época en la que era conocida como una “pandilla de drogadictos”. Pero, poco a poco, la discriminación, el abuso policial y su ambición criminal la convirtieron en un grupo violento y sanguinario.
Los reos se liberan a través de la religión. (Foto: Jorge Cabezas/Reuters)
La MS-13 es una alternativa de vida para muchos de sus miembros, pues dentro de la pandilla se sienten protegidos y unidos, tal como una familia adoptiva. Es por eso que las personas marginadas y vulnerables son las que se sienten más atraídas por formar parte del grupo. Este refugio es conocido como “el barrio”, y, en esencia, ahí se busca lealtad, compromiso y respeto a cambio de un comportamiento criminal.
Pero llevar una vida de crimen puede ser un camino sin salida, la redención es muy difícil de alcanzar cuando los pandilleros tienen un pasado delictivo, una vez dentro no hay escapatoria garantizada. Sin embargo, a pesar de las dificultades por liberarse de la criminalidad la religión parece ser la única opción de salida.
Expandilleros trabajan dentro de una celda en la cárcel de San Francisco Gotera. (Foto: Jorge Cabezas/Reuters)
Una segunda oportunidad
En el penal de San Francisco Gotera, al este de San Salvador casi 1.600 mil internos se muestran arrepentidos de los crímenes que cometieron y por los que purgan largas condenas, exmiembros de las pandillas Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS-13) buscan rehabilitarse en una prisión en el este de El Salvador, donde se capacitan en diversos oficios para salir de la vida delictiva.
Pastores salidos de las mismas pandillas, lideran el programa que capacita a los reos en diferentes oficios. Con láminas de metal como techo que aumentan el calor, el penal de San Francisco Gotera, alberga entre estrechos pasillos a 1.585 internos de la facción “18 revolucionarios” y cuatro retirados de la MS-13, a pesar de que la capacidad es para 300 reclusos.
La mayoría de los reclusos asisten a los servicios religiosos que se ofrecen en la cárcel. (Foto: Jorge Cabezas/Reuters)
Ahora la cárcel se asemeja más a una escuela en la que se observan a los pandilleros recibiendo clases en celdas convertidas en aulas. En los talleres, la falta de materia prima limita que todos puedan practicar los oficios que aprenden.
Todo se desarrolla bajo “medidas extraordinarias” de seguridad, como la prohibición adoptada hace dos años de recibir visitas. La rehabilitación religiosa ha tenido beneficios en la vida penitenciaria de los expandilleros que buscan enmendar su pasado criminal.
*Con información de AFP.
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