Teherán, la capital iraní que desde la última semana de 2017 estuvo llena de fuertes manifestaciones contra el actual gobierno islámico, también es una ciudad llena de desigualdades sociales severas, fenómeno que generó la ola de protestas más importantes en los últimos diez años.
La rabia de los manifestantes no sólo es contra el gobierno, encabezado por Hasán Rouhani, y el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, sino también por los desfalcos y derroches de la élite iraní, que a unos cuantos kilómetros de las manifestaciones, se transportan en lujosos Maserati y se divierten en costosas mansiones bebiendo champaña y haciendo pool parties, en una ciudad donde los pobres son capaces de vender sus órganos para alimentar a sus familias.
Sashank Bengali, corresponsal del LA Times en Irán escribe:
Cuando un Lamborghini ruge ocasionalmente en las calles de Teherán, pasando por autobuses llenos de gente y sedanes de los años ochenta destartalados, los peatones desatan maldiciones al gobierno, a la desigualdad y al pasado.
En Instagram, la cuenta Rich Kids of Tehran exhibe el estilo de vida de los hijos de las élites iraníes: las jóvenes usan bolsas Celine de casi 40 mil pesos y sandalias Chanel de piel de conejo que llegaron a tener un valor de más de 18 mil pesos el día de su lanzamiento.
«Cuando estos niños ricos publican sus lujos en las redes sociales, los pobres conocen su realidad a través de las redes haciéndolos enfurecer», explicó el periodista iraní Amiri Ahmadi Arian en el NYT.
La ira de las mayorías se inclina hacia los excesos de una élite privilegiada y aislada de la situación que asecha a miles de personas en el país. Una élite que se alimenta del seno de la corrupción, el sector privado, y el tráfico de influencias de una teocracia no electa popularmente. Pero, ¿cuáles fueron los factores que hacen de Irán un país con una desigualdad generacional?
De la monarquía del Sah a la revolución islámica
En realidad, la desigualdad en Irán está impregnada en la sociedad desde el fin del imperio persa y hasta el inicio del régimen monárquico de Mahammad Reza Pahlaví, el Sah que gobernó el país de 1941 a 1979 y que fue controlado tanto por las potencias del eje durante su dominio como por los aliados tras el fin de la guerra.
A través de su monopolio político y apartidista, emprendió un plan de modernización del país con la expropiación de latifundios abogando por el estado laico. Su política desigual propició un enriquecimiento prominente de la clase política y pro-monárquica, pero dejando pobres a más de tres cuartas partes de la población total.
El triunfo de la revolución no mejoró la situación de los más pobres. (Foto: Al Jazeera)
No fue hasta el descontento general encabezado por el religioso, ferviente musulmán y primer líder suprema, el ayatolá Ruhollah Jomeini, que impulsó la revolución islámica de 1979 y quien terminó con el régimen monárquico e inició el islámico. Sin embargo, hasta la fecha, la situación económica de la mayoría sigue igual o peor.
Religión y burocracia opaca
En medio del déficit económico actual que ha azotado al país durante varios años, Rouhani exigió, por primera vez en la vida gubernamental del país, publicar los gastos de cada institución adherida al Estado, además de recortar el gasto mensual del gobierno. Esto significaba que las instituciones y fundaciones islámicas controladas por el ayatolá y la teocracia gubernamental debían publicar los generosos montos que perciben de los ingresos fiscales, privados y petroleros.
Según el LA Times, la fundación religiosa de Mashhad, el hombre más rico de Irán, que percibe hasta 15 mil millones de dólares al año, socavó la petición de Rouhani organizando manifestaciones con los ciudadanos argumentando que subiría los impuestos y los precios del gas.
El mandatario iraní exigió la transparencia a instituciones públicas y religiosas. (Foto: Times of Israel)
Este falso descontento orquestado por las élites propició la manifestación del 28 de diciembre de 2017, una queja que se descontroló y se dirigió sus fuerzas hacia al derroche de la clase teocrática y política con el grito de “muerte a Rouhani, muerte al dictador”. Al final, decenas de ciudades destruyeron y quemaron las sedes del gobierno al punto de cobrar la vida de 21 personas.
Rouhani, un clérigo que ganó las elecciones dos veces consecutivas, prometió refutar el desempleo, la bancarrota del sistema de pensionados, el aumento del precio en servicios básicos y el cambio climático, guiándose en una política endurecida y apoyada en el programa nuclear, hecho que provocó un aislacionismo casi involuntario con el exterior.
La clase trabajadora exige el fin del régimen islámico. (Foto: CNN)
A pesar de los esfuerzos, su política fiscal empeoró la situación de las clases obreras, mientras que las élites cada vez más prósperas se fueron apropiando de los beneficios económicos del acuerdo nuclear a través de las sanciones internacionales.
La crisis política, social y económica del país refleja una realidad contemporánea que afecta a la gran mayoría de los iraníes. La trifulca diplomática en Medio Oriente, las crisis de hambruna, guerra regional, y la presión de occidente por el acuerdo nuclear, genera una incertidumbre que mantiene empobrecidos a más de tres cuartos de la población y a los millennials ricos derrochando sin cesar.
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