Ligia Urquijo está sentada al filo de la cama, con un cigarro a medio fumar en la mano. Pablo Escobar se encuentra dormido, cubierto por lo que parecen ser algunas sábanas con motivos florales. La imagen representa quizá uno de los momentos más íntimos en la vida del delincuente colombiano y fue capturada en un amanecer registrado el 1 de diciembre de 1980, cuando fue coronado como capo de capos del Cártel de Medellín.
Édgar Jiménez fue el fotógrafo personal de Pablo Escobar y lejos de esconderse, relata para la BBC de Londres, específicamente para el Servicio Mundial de la BBC, cómo su actividad, que era completamente legal, permitió retratar los momentos más personales de uno de los criminales más buscados a nivel mundial, abatido en diciembre de 1993.
La amistad entre ‘El Chino’ y Escobar, a los 13 años
Y Jiménez, mejor conocido como “El Chino”, tiene razón. Pese a que el fotógrafo compartía con los sicarios de Escobar, le tomaba fotografías y documentaba los episodios de la “época dorada” de uno de los criminales más despiadados en el mundo, la actividad que él desempeñaba no era ilegal y tan no lo era, que no teme en compartir lo que vivió durante esos años en los que tampoco reveló el paradero del narcotraficante colombiano.
Tanto Jiménez como Escobar se conocieron en 1963, cuando los dos tenían 13 años y cursaban la secundaria en el Liceo Antioqueño, institución educativa dirigida a clases populares y de clase media, pero de muy buena calidad, según reporta el fotógrafo a la BBC. “Pablo era un estudiante del montón. Ni bueno ni pésimo. No significa que no fuera inteligente, que sí lo era, pero sus preocupaciones eran de otra naturaleza”, relata. Ahí también estudió Gustavo Gaviria, primo de Pablo.
El distanciamiento se provocó luego que Pablo Escobar reprobara el cuarto año de secundaria y lo tuviera que recursar en una escuela diferente a la que compartía con “El Chino”, por lo que perdieron contacto, sin saber que más tarde volverían a coincidir en situaciones muy lejanas a las que dos niños de 13 años pudieran imaginar -quizá-.
1980, el año del reencuentro
“El Chino” se graduó como fotógrafo en el liceo y estudio Ingeniería en la universidad, época en la que fotografiaba eventos sociales, mientras que Escobar, a los 19 años, se graduó de bachiller un año después aunque frustrado por no conseguir trabajo, le dijo a su madre que ya no lo intentaría más, pero que antes de cumplir los 30 años, conseguiría ganar su primer millón. “Ahí fue donde tomó la decisión de volverse bandido y delincuente”, refiere Jiménez.
En 1980, un amigo de “El Chino” lo encontró en un evento del municipio de Puerto Triunfo y lo invitó a conocer una finca ubicada en esa región. Se trataba de Hacienda Nápoles, el complejo campestre de Pablo Escobar, que más tarde fue escenario de su primer cargamento de cocaína en Estados Unidos, según se indica en el medio de comunicación británico. En el lugar de tres mil hectáreas había animales, “la fauna más representativa de todos los continentes”, además de un aviario, lagos, delfines rosados del Amazonas”.
Cuando Pablo vio a Édgar, se fundieron en un abrazo pues lo reconoció de manera automática y casi de la misma forma lo invitó a fotografiar a todos los animales que tenía en la hacienda, pues quería hacer un inventario con todas las especies que poseía, cerca de mil 500. “Ahí empezó mi nueva relación con Pablo. Desde el año 80 hasta su muerte”.
‘El narcotraficante no era yo’
Aunque sabía de dónde provenía el dinero de su sueldo, “El Chino” consideraba que su actividad era legal y que, al final, sólo estaba trabajando, al margen de que en esos momentos, Pablo Escobar daba trabajo a personas de clases bajas, además de construirles viviendas, algo que el fotógrafo consideró siempre una “buena acción” por parte del criminal. “Había una convivencia con los narcos. Ellos generaban empleo, negocios, ayudaban a mucha gente. El narcotraficante no era yo, yo estaba haciendo una actividad legal que era la fotografía”.
Sobre por qué no revelar el paradero de Escobar, luego de los cruentos asesinatos, la ola de violencia que azotó a Colombia, los atentados con bombas, Édgar Jiménez sentenció: “Con esa violencia desmedida, con esos asesinatos y crímenes no podía estar de acuerdo. Jamás. Pero tampoco podía hacer nada porque yo no era parte del Cártel de Medellín, yo no pertenecía a esa estructura”.
La muerte de Pablo lo marcó “me dolió que alguien con su capacidad e inteligencia, que hubiera sido muy útil para la sociedad, hubiera tomado un rumbo diferente”, pero sintió alivio “por la sociedad colombiana, porque el país se encontraba en una zozobra. Por lo menos toda esa violencia se acababa. Eso lo vi como positivo”.