Sobrevivimos estoicamente a los años 90 y a los 2000, con sus pesadas secuelas psicológicas que incluso hoy arrastramos, y que gracias a las bondades culturales logramos sublevar amablemente, encajando a la perfección en una sociedad cada vez más férrea. Eso es natural: las generaciones previas libraron sus propias batallas en busca de identidad propia, ese algo que le diera el sello distintivo e inconsciente a la época. Ese camino, que responde a la pregunta más importante de todo ser humano —¿quien soy? y ¿hacia donde voy?— está lleno de encuentros inesperados con la vida, y como evidencia de ella, el arte: música, cine, televisión, literatura e incluso el deporte. Nuestra memoria tapizada con el mundial de Francia y los psicodélicos zapatos de Ronaldo en el 98; Charles Bukowski riéndose en la cara de Hollywood con Pulp; Friends rompiendo esquemas en televisión con su genial, dinámico y entonces revolucionario humor; Trainspotting como romantización del sexo y la heroína, el sempiterno Kurt Cobain, líder de Nirvana. Pero en definitiva lo que marcó la época fue el semillero de bandas que vio la luz en ese momento, aquellas que nos llevaron de la mano con su música introspectiva para encontrar las respuestas.
Muchos entonces rendían pleitesía a bandas que marcaron la escena mundial, que se salieron del guión y pusieron a temblar al pop de aquellos años, en épocas donde el rock parecía morir. Después del estruendo que provocó la revolución sexual de los 60 y 70 con sus guitarras estridentes y el desenfreno, tocaba el turno a músicos que encontraron en la melancolía su camino. De esa forma nacen Radiohead, Muse, Massive attack, Coldplay, Audioslave, Soundgarden, por mencionar sólo algunas. Bandas que lograron canciones de una exquisitez lírica, y que de éstos, como punta de iceberg detonara una segunda camada de agrupaciones que siguen vivas. Sólo hay que ver el fenómeno que es hoy en día Thom Yorke y compañía, influenciando a cientos; reconocidos con la banda más influyente de la década pasada. Sin embargo hay un nombre que une a estas bandas y los recuerdos: Jeff buckley.
En repetidas ocasiones el el propio Yorke no ha escatimado en expresar elogios para el joven californiano, quien de pronto pareciera no tener el crédito que merece, aparentemente olvidado como el genio que hizo explotar las cabezas de aquello que hoy están parados en el Olimpo del rock. Aunque efímera, la carrera de Jeff Buckley es medular en la historia del rock mundial, ganándose el reconocimiento de la crítica. Gente de la talla de David Bowie, Paul McCartney, Jimmy Page, Morrissey, Bob Dylan y Robert Plant lo comprueban, al señalar como un auténtico evento destacado su primer y único disco de estudio, Grace, señalado como un de los más importantes de todos los tiempos.
Jeff Buckley nació en Anaheim, California, el 17 noviembre de 1966. Hijo del también músico Tim Buckley, cantante de folk-jazz, su destino no lucía muy distinto a triunfar en la música y escribir su leyenda con estilo propio. Fiel a sus paternas raíces irlandesas, destacó por su tremenda sensibilidad interpretativa y su potente rango de voz, con tonos agudos de cuatro octavas y media. Un virtuoso de la guitarra que lograba llenar un escenario de principio a fin, lo mismo a garganta y guitarra desnudas, que con los riffs y baterías poderosas, bastante revolucionarias para la época.
La revista Rolling Stone posicionó a Grace en el puesto 303 entre los 500 mejores discos de la historia. En 2006, la revista Mojo lo ubicó en el lugar número 1 de clásicos modernos, dejando claro una vez más el espacio que Buckley se merece. En esta pieza que muchos han catalogado como única e irrepetible, podemos ir de la melancolía total al éxtasis con guitarras nítidas y de ejecución perfecta: “Last Goodbye”, “Grace”, “Lilac Wine”, “So Real” y la versión de “Hallelujah” son muestra de ello.
En Buckley están alojados muchos de los arquetipos de las bandas de rock actual. Desde su estilo desenfadado con el que se presentaba en los shows en vivo: camiseta blanca, pelo delineado y jeans negro, hasta las letras contestatarias y provocativas, que en ciertos espacios pueden estar cargadas de mucho erotismo. Cuando Buckley decidió seguir los pasos de su padre, con quien por cierto sólo pudo convivir una sola vez, decidió ingresar al Instituto de Música de Los Ángeles, pero muy pronto desistió, al considerar que era una pérdida de tiempo. Cuando Grace salió a la venta, el disco caminaba lento, pero de a poco fue ganando terreno gracias las buenas críticas. En cuanto el éxito fue notorio, y ante la presión de su casa productora, con quien mantenía una relación árida por el compromiso de un nuevo disco influenciado por la comercialización obligada del medio, Buckley decidió iniciar una gira mundial que se extendería por casi dos años, con lo que evitaría que su música se manoseara para ser vendida.
Irónicamente la canción que más reconocimiento le dio fue el cover de la canción del también poeta canadiense Leonard Cohen: “Hallelujah”, aquella que las generaciones de hoy seguramente recuerdan más por ser parte de la película animada Shrek 2. Probablemente sea “Hallelujah” una de las canciones más versionadas de todos los tiempos, pero para la revista Rolling Stone la de Buckley es la mejor, en la posición 259 de las 500 mejores canciones de todos los tiempos.
Por desgracia, y fiel al estilo de las leyendas, la estrella de Jeff Buckley se extinguió muy pronto, a la edad de 30 años. La versión de dicho suceso, como es normal también, está rodeado de mucho misterio. Aquella fatídica noche del 29 de mayo, mientras junto con unos amigos escuchaba música y tocaba guitarra a orillas del río Wolf en Memphis, Tennessee, Buckley decidió meterse al agua mientras cantaba “Whole Lotta Love”, de Led Zepellin, completamente vestido. En un descuido de sus compañeros, las olas de un barco que pasaba por la zona cubrieron el cuerpo del joven músico. Cuando se alejó, éste había desaparecido. Mucho se especuló al respecto, pero se cree que el acto fue intencionado, ya que el músico padecía trastorno bipolar. El cuerpo de Buckley fue encontrado cinco días después, completamente desnudo y sin rastros de alcohol ni drogas.
En definitiva no sabemos qué habría pasado después ni el tipo de música que nos estamos perdiendo ahora, ya que esa misma noche, la noche de su muerte, estaba destinada para grabar el que sería su segundo disco, que llevaría por nombre My Sweetheart The Drunk. Pero de algo estamos seguros: el nombre de Jeff Buckley está grabado por siempre en los anales de la música y del rock en particular. Sabemos también que los genios de hoy están parados sobre sus hombros.
Escrito por Adolfo Reyna
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