Porque me gusta ser una zorra.
Porque me gusta que me traten como un objeto sexual.
Porque no me importan las otras mujeres. Ellos le cantan a caribeñas, afroamericanas pero no a mí.
A mí solo me gusta el ritmo. Esa melodía pegajosa e incesante que me hace mover las caderas y agacharme hasta soportar que un hombre me domine, como si fuera un objeto. Como si fuera esa mujer a la que las nalgas se le levantan y ellas avientan los pechos con tal de tener contenta a su pareja. Porque esas canciones no están inspiradas en mí y yo sólo puedo pensar en un ritmo pegajoso que me aliente a perderme entre la noche.
¿Qué importan las violaciones?, ¿qué más da que cientos de mujeres (también mexicanas) sean acosadas en el transporte o en el trabajo? ¿Qué importa que aún en esta época en la que hemos intentado menguar la discriminación, en los trabajos nos paguen menos y traten como si fuéramos inferiores? Como si los estudios que hemos hecho no respaldaran el título en Ingeniería, el posgrado en Ciencias políticas o los resultados que mes con mes le entregamos a quienes tienen un puesto superior.
¿Qué? ¿Acaso no le dedicarías una de esas canciones a tu pareja?, ¿a tu hermana?, ¿a tu madre? Seguramente en la fiesta de esta noche, tu hermana la bailará al lado de un desconocido mientras él intenta rozar su cuerpo para ver hasta dónde puede llegar. Si ella accede, los besos casuales los llevarán detrás del escenario, justo donde la luz no ilumina, donde sus sombras se volverán una y los roces se harán intensos movimientos que podrían o no acabar en una relación sexual. Más tarde, él lo olvidará y todo quedará en una noche desenfrenada como cualquier otra.
Porque ella está para servirle, para llenarlo de placer. Él sólo siguió los consejos de aquel cantante que le enseñó a agarrarla, pagarle y azotarla. Si ella no accede, no te preocupes, la canción también te dice lo que debes hacer: “búscale un trago fuletiao de alcohol, al rato va a sentirse mejor” y si ella se ríe –continúa la canción– quiere decir que le gusta, entonces, tú y tu amigo podrán darle por delante y por detrás.
Las instrucciones para una violación perfecta están incluidas en una canción de reggeaton que, si no ponen en las fiestas, gritamos a coro por su reproducción. Después de unos minutos de hacer alboroto y si el DJ está de buen humor, la melodía empieza a sonar. Entonces nosotras nos colocamos en nuestra posición destinada por default, los hombres también saben la suya: detrás nuestro, con el pene pegado a nuestras nalgas hasta que la erección llegue.
En Estados Unidos la cosa no es muy diferente. Mientras un rapero asegura que puso el pene en su boca todo el día “I put that dick in her mouth all day” en la canción ‘Love Again’ de Run The Jewels, una mujer dobla su cuerpo, saca su trasero y con un twerking rápido, lo pega en los genitales de su pareja de baile (quien, por cierto, no tiene que conocer para hacerlo).
https://www.youtube.com/watch?v=Ks0GQ44xR4I
Nosotras, complacidas, bailamos toda la noche. ¿Qué importan todas las violaciones que ocurren a tan sólo kilómetros de donde nos encontramos? ¿Cuál es el problema si no somos nosotras? En cambio nos encontramos seguras con nuestras amigas en un bar. Tal vez el de la mesa de al lado intente emborracharnos y llevarnos a la cama de un hotel para que cuando despertemos, ni siquiera esté a nuestro lado. Qué bueno, no tuvimos que saludarlo en la mañana.
¿Violación? No, yo lo aprobé pero no me gustó… hizo cosas extrañas, raras, aquellas que nunca volvería hacer. Porque así como alguna vez cantó Dr. Dre con Snoop Dog, él sólo quiso cogerse a perras malas, estar en esos culos de perras a los que quiere nalguear. No importan rostros, todos lucen iguales y lo único en lo que se fija, es en un buen trasero para esa noche.
Así funciona y nos encanta. Nos fascina ser subestimadas, tratadas como si fuéramos basura. Como si hubiéramos nacido para sólo una cosa y lo demás valiera nada. Evidentemente no hay sentimientos ni razón de por medio porque el desprecio que nos hacen sentir por nosotras mismas y otras mujeres de nuestro alrededor. Entonces, mejor disfrutar una buena canción que suba la temperatura y denigre a todo nuestro género.
Cada que lo bailo no pienso en eso, está latente pero ¿qué hacer ante el fenómeno?, ¿quién tiene la culpa? Se trata de una pérdida del contexto. De saber lo que bailas pero al mismo tiempo, disfrutar el momento. Tal vez sea la falta de empatía lo que nos hace no identificarnos con la que está siendo atacada, probablemente es parte del cachondeo. Son tantas cosas las que están en juego y que perdemos de vista que la poca o nula identificación con nosotras y tomar un rol pasivo nos permite, al menos por unos instantes, dejarnos llevar con la lírica y el ritmo.