No queremos entrar en polémicas sobre discos perfectos, rankings ni valoraciones más allá de la apreciación personal. Estos cinco álbumes que presentamos a continuación son claros ejemplos de joyas que pasan desapercibidas por los críticos musicales, las revistas especializadas y el público melómano. Los autores son artistas a quienes la historia no ha tratado muy bien, los ha arrinconado, han muerto demasiado pronto o se han estancado en un punto de sus carreras. Estos discos no incluyen algún himno que haya perdurado en la historia colectiva de la música, pero tienen algo distinto que ofrecer. Algunos son inclasificables —no por extraños, sino por su gran variedad y mezcla de estilos—, otros transmiten estados y sentimientos difíciles de explicar, pero con los que seguro te sentirás identificado.
Las canciones forman álbumes redondos, rozando la perfección. Ninguno de los temas es prescindible y cada uno defiende el mismo estilo y personalidad; no se desmarcan unos de otros, sino que tienen un continuidad perfecta, necesaria. Si se escuchan en el momento preciso, son una vía de escape a todo lo que hemos oído hasta el momento. Son de esos que se quedan en el recuerdo, imborrables. A pesar de que la historia se haya encargado de desmenuzar sus últimos suspiros, esta lista trata de rescatarlos y llevarlos hasta tus oídos.
1. Dr. John, Locked Down (2012)
Prolífico músico de Nueva Orleans, Dr. John —o Malcom John Rebennack— nació en 1940, y lleva más de 50 años en la profesión. Es un célebre músico en Estados Unidos, ha tocado con los más grandes y su carrera está llena de premios y reconocimientos. Su música se mueve entre el jazz, el blues, el boogie woogie, el rock y la música criolla típica de los antiguos indios de Nueva Orleans.
En 2012 se asoció con Dan Auerbach —de la banda Black Keys— para realizar esta maravilla de álbum: Locked Down. Con un potente giro de estilo, pero conservando la característica voz de Dr. John y sus innegables influencias musicales, este álbum alcanza la perfección desde las tres primeras canciones. Nos presenta un mundo oscuro, de corrupción, con unas potentes guitarras desgastadas, unos teclados psicodélicos y una voz experimentada. Es el estandarte de un álbum de reivindicación, cala en lo más hondo de nuestros huesos y nos hace bailar como muñecos de vudú.
2. Rowland S. Howard, Pop Crimes (2009)
Rowland S. Howard formó parte de la ya desintegrada banda The Boys Next Door, que pocos años después mutó a The Birthday Party, en la que él era el guitarrista principal con su característico estilo de guitarra distorsionada. Un joven y combativo Nick Cave —cantante de The Birthday Party— forzó a que Rowland abandonara la banda por diferencias creativas, una de ellas fue que Nick hizo suya una “Shivers”, una de las canciones más íntimas de Rowland que escribió a la pronta edad de 16 años. Después de entrar en la banda Crime & the City Solution, fundó su banda con su novia y su hermano: These Immortal Souls. En el año 1999 grabó su primer álbum como solista: Teenage Snuff Film, y no fue hasta 10 años más tarde que grabó Pop Crimes.
Su voz triste y cansada es cautivadora, te cala hasta lo más hondo y te remata con su guitarra distorsionada que emite gruñidos desoladores que taladran y te hacen sentir una melancolía de tiempos pasados que no sabes dónde quedaron. Es una lucha entre la alegría y la tristeza; su voz, sus letras y los oscuros ritmos que profesa de su guitarra te dejan abatido, pero al finalizar cada canción te levantas y pones la siguiente. El álbum en su totalidad respira un estilo único, es como un collage mal hecho de distintos artistas, de perdedores que pasan sus últimos días solos rodeados de whisky barato en un bar oscuro. Su particular voz se siente más agraviada, nos transmite más tristeza, más soledad que nunca, puesto que este mismo año Rowland S. Howard murió debido a varias enfermedades; la peor de ellas un cáncer de hígado que arrastró durante muchos años. Mientras esperaba el trasplante, terminó de grabar el disco sabiendo que sería el último.
3. Evangelist, Evangelist (2015)
Detrás de este curioso nombre se esconde Gavin Clark, antiguo miembro de bandas como Sunhouse, Clayhill y UNKLE. Bajo el pseudónimo de Evangelist, sólo grabó este álbum que apareció de forma póstuma el mismo año de su defunción. El artista cambió totalmente de estilo y registro, con Evangelist nos muestra una música muy oscura, con voces y guitarras distorsionadas que se fusionan. Nos habla de tú a tú, de vivencias personales, desnudándose a cada nota que esgrime.
El resultado es una mezcla de dolor, sufrimiento y redención que nos hace quedarnos sin aliento desde las primeras notas y estrofas de la primera canción. Te adentra en un mundo del que no te deja salir hasta que acaba todo lo que ha venido a decir con este trabajo; te absorbe y te hace prisionero de sus riffs y sus voces entremezcladas.
4. Baby Huey, The Baby Huey Story: The Living Legend (1971)
Cambiando totalmente de registro, este cantante nacido como James Ramey en 1944 acuñó el pseudónimo Baby Huey inspirado en unos dibujos animados de un pato gigante. Su voz desgarradora, sus movimientos y su vestimenta han servido de influencia para entender los principios del hip-hop. Nos dejó este magnífico álbum para el recuerdo, después de que su adicción a la heroína y al alcohol lo llevara a la muerte con tan sólo 26 años.
Este álbum está impregnado de una fuerza apoteósica, una voz que nos destripa de arriba a abajo, que pide a gritos un cambio a la sociedad. Contiene una de las mejores versiones de “A Change is Going to Come” —de Sam Cooke—, con una duración de 9:23 minutos, algo insólito en aquella época. También hay canciones instrumentales como “Mama Get Yourself Together” y una maravillosa versión de “California Dreamin’” —de The Mamas and the Papas. Pero el arranque del álbum con “Listen to Me” nos deja claro que merece ser escuchado.
https://www.youtube.com/watch?v=IF6RaCLO7n0
5. Staff Benda Bilili, Très Très Fort (2009)
Staff Benda Bilili es un grupo de músicos callejeros de la República Democrática del Congo, concretamente de la capital Kinshasa. Tocan música con ritmos africanos, con influencias de reggae y de r&b. La peculiaridad es que la mayoría de los integrantes sufrió la enfermedad de polio durante su juventud y quedaron parapléjicos. Se mueven con unos triciclos construidos por ellos. Uno de los instrumentos que le da el toque especial al grupo es el satongé, que fue inventado por Roger Landu —el más joven de ellos— con una lata vacía, un trozo de madera y una cuerda de guitarra.
Este disco es muy especial ya que plantea una música muy distinta a todo lo que habíamos escuchado hasta el momento. El sonido es África pura, con su idioma mezclado con el francés, instrumentos creados por ellos y unos músicos callejeros que nos cuentan sus vidas sin filtros, tal como es todo, sin adornar nada. No quieren ser pretenciosos, usan la música como vía de escape, como refugio, y para acercar a la gente, crear una comunidad y compartir su vida en forma de melodías.
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