Chaqueta roja, mocasines negros y el moonwalk son tres características básicas del Michael Jackson ochentero. El hombre que deleitó a todo el globo con su voz, simpatía y shows memorables se convirtió en una leyenda viviente capaz de competir únicamente con otros músicos de su calibre.
No es que idolatremos ídolos pop sin razón. El menor de los Jackson 5 había consolidado una carrera como solista que distaba mucho de ser vacía. Era un creador de historias musicales únicas al igual que Paul McCartney, otro genio que aportó a The Beatles grandes composiciones. McCartney admiraba a Jackson; le recordaba un poco lo que él había sido: un chico con ambiciones y talento, capaz de hacer del mundo su lugar ideal. A la par, Michael sentía una fascinación por el cuarteto de Liverpool, así que tener la atención de su bajista era un logro del que no podía dejar de presumir. No era de sorprenderse que ambos se unieran e hicieran grandes cosas juntos. Canciones como ‘Say Say Say’ lo demuestran.
La admiración que tenían uno por el otro los hizo concebir una amistad que pintaba para ser eterna, Sir Paul le escribió canciones como ‘The Girl is Mine’, que se incluye en el disco más memorable en la carrera de Jackson, “Thriller”. De igual manera, el cantante colaboró con el Beatle en algunas canciones como ‘The Man’. Todo marchaba bien hasta que al bajista se le ocurrió confesarle un plan del que Jackson sacó provecho de la peor manera: robándole.
Paul McCartney es un amante de la música con el suficiente dinero para adquirir el material de sus artistas favoritos, como ya lo había hecho con el catálogo de Buddy Holly. Jackson, siguiendo sus pasos, se mostró interesado en hacer lo mismo, aunque no estaba seguro de qué comprar. Para entonces, el cantante era una máquina de gastar dinero. Adquiría tierras en lugares raros que adornaba con excentricidades de los países más recónditos del mundo; igualmente, construía giras carísimas con superproducciones cinematográficas para promocionar los singles de su disco y contrataba al mejor personal de la época. Era avaro y generoso, si se pueden combinar ambas cualidades.
Paul McCartney y John Lennon habían fundado tiempo atrás una compañía en colaboración con Brian Epstein y Dick James llamada “Nothern Songs”, a quien le pertenecían legalmente los derechos sobre el catálogo de The Beatles. Epstein murió pronto y los dos músicos trataron de tomar el control del material. Sin embargo, legalmente, James tenía mucho más poder sobre él y por motivos económicos lo vendió a ATV a un millonario australiano de nombre Robert Holmes.
Luego del asesinato de Lennon, McCartney decidió recuperar su obra musical sin importar el costo. Desafortunadamente, el precio era tan elevado que hubo que recurrir al demonio mismo, o lo que es lo mismo para los fanáticos de corazón del cuarteto inglés: Yoko Ono. La mujer que se dice, separó a los Beatles, declinó la oferta alegando no querer saber nada de eso. El bajista, entonces, tuvo una iluminación que incluía al rey del pop.
El ex beatle le propuso asociarse y así recuperar sus canciones con un porcentaje del uso de las mismas para Jackson. Este último se dedicó a pensarlo por un tiempo, pero fue a finales de 1984, secretamente, que Michael Jackson ofrecía cerca de $46 millones de dólares para adquirir los derechos únicamente para él, sin antes informarle al inglés. Una vez que este se enteró, la amistad con Jackson se rompió.
Como era de esperarse, Paul McCartney mantuvo los intentos por recuperar su obra casi en silencio. Por más que él pedía que el catálogo permaneciera intacto, todo pintaba a que Michael Jackson sería el encargado de recibir dinero cada que una canción de The Beatles se reprodujera. Y así, luego de tantos esfuerzos de ambas partes por conseguir un beneficio, aceptaron el ofrecimiento de Jackson que aumentó 1.5 millones más, a lo que ya no hubo poder humano que se resistiera, de este modo, más de 400 canciones del cuarteto más aclamado en la historia de la música pasó a manos del mismísimo Rey del Pop.La vida pasa factura de todas las acciones que realizamos y a Jackson le llegó 10 años después. Sin el mismo éxito que obtuvo en los ochenta y con miles de deudas de todo tipo, el catálogo de la banda seguía siendo parte de las negociaciones de Michael Jackson, quien las usaba como moneda tratando de pagar deudas o haciendo “sobornos” a costa de la genialidad beatle.
Para la muerte de Jackson en 2009, las dudas sobre qué pasaría con todo lo que él había obtenido en su carrera formaban parte de toda la parafernalia que implicó ver partir a la más grande estrella del pop. Se decía mucho sobre qué pasaría con el catálogo beatle, pero se sabía muy poco. Fue hasta que un hacker reveló correos privados de Sony que dictaban la posibilidad de vender las canciones de nuevo a Paul McCartney por una módica cantidad. Sin embargo, en el testamento del Rey se estipulaba que heredaba el catálogo a su beatle favorito, con el que tuvo la oportunidad de compartir grandes momentos y por su avaricia y sed de sentirse lleno, traicionó; robándole lo que McCartney junto a John Lennon, Ringo Star y Geroge Harrison habían creado con mucho más que esfuerzo. Hasta la fecha no se sabe qué es lo que en verdad ocurre con las canciones. Ni Sir Paul, ni los abogados aclaran los rumores. Quizá nunca lo sabremos con certeza.
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