“Haber sido es esto, vivir en ese espacio en donde no hay salientes,
donde no te raspas las rodillas, donde no puedes encender la lámpara
que te lastima los ojos, donde todo está detenido, fuera de juego,
sin ninguna emboscada”.
Claudio Magris, Ya haber sido
Para muchos, el folk es una especie de canon. De hecho, suele confundirse como un género ambiguo, algo que suena a Bob Dylan después de haber mezclado su música con instrumentos electrónicos propios del rock, aunque sus verdaderas y auténticas raíces, en la vertiente estadounidense en inglés, proviene precisamente de la cultura angloeuropea. El folk, en definitiva, es lo folclórico. El compositor, guitarrista y cantante de origen británico Nick Drake es un caso ejemplar del género y la piedra angular de un sonido peculiar, un músico que ocupa un puesto relativamente inclasificable en la historia de la música. No se trata sólo de uno de los grandes músicos que perecieron antes de los 30, sino de un artista que trascendió su época, que no supo valorarlo, y su propia vida, interrumpida tal vez demasiado pronto.
Nick Drake grabó su último álbum, Pink Moon, en tan sólo cuatro horas, una madrugada de octubre de 1971. Solo, con su guitarra, en medio del estudio. Al otro lado del vidrio, el ingeniero de sonido, John Wood, era testigo de los últimos destellos de creación que Drake tendría, pues al día siguiente él mandaría las grabaciones a Island Records mientras Drake se internaba, por su cuenta, en un psiquiátrico. La promesa del compositor y músico fue contundente: no volver a pisar jamás un escenario, tampoco un estudio de grabación; no cantar jamás. Drake tenía sólo 26 años.
Pink Moon fue el tercer y último disco en la carrera de Drake. Se trata de una obra marcada por la austeridad, mas no la banalidad, y su falta de orquestaciones estrafalarias —como en sus anteriores producciones. Corresponde a la época de los cantautores: Paul Simon, James Taylor, Joni Mitchell, en fin, la escuela de Dylan combinada con la necesidad celta, nativa, de regresar al folk más puro. Van Morrison lo hizo bien en Astral Weeks, y el intento de Nick Drake fue claro y contundente con Pink Moon.
Sin embargo, este trabajo, considerado como el mejor de su pequeña carrera, no fue bien recibido en su momento y se quedó en la parte trasera de los anaqueles. Parecía que sus epigramas musicalizados —”Pink Moon”, “Road” y “Harvest Breed”—, uno de los cuales da título al álbum, habían llegado tarde —o quizá muy temprano— como para poder entenderlos. Tal vez no era momento de recibir el tono melancólico de un alma y una voz a punto de explotar. Es eso lo que escuchamos en todo el álbum, como en la introspectiva “Place to Be” o el manifiesto bohemio “Parasite”.
La portada del álbum, una caricatura surrealista hecha por un artista poco conocido, Michael Trevithick, está llena de lo que podrían parecer elementos ajenos entre sí: una taza de té, una cuerda, la luna rosa hecha de queso que resalta sobre un paisaje de la fantasía, irónicamente retrata con bastante coherencia lo que era en esos momentos la cabeza de Drake: un mundo aparte, sin sentido. Es muy probable que él supiera que sus días estaban contados, como si hubiera descubierto la emboscada del destino, y tal vez por eso la urgencia de grabar a mitad de la madrugada. Tiempo después, cuando fue dado de alta del psiquiátrico, regresó a vivir a casa de sus padres. Todo parecía normal, aunque ya nada era lo mismo. Una mañana de 1974 Drake fue encontrado en su cama, muerto, a causa de una sobredosis de antidepresivos.
Quizás es más fácil entender a Nick Drake como un poeta maldito fuera de tiempo, como alguien ajeno a este mundo que supo perfectamente que no viviría mucho. Tal vez así sea más fácil apreciar su obra y entender qué lo llevó a encerrarse repentinamente durante cuatro horas una madrugada en el estudio de grabación.
No fue sino hasta después de su muerte que su obra empezó a generar una especie de culto, que persiste hasta nuestros días gracias a reediciones y cuatro míticos tracks de canciones que había compuesto y que, rompiendo su promesa, pensaba editar y lanzar en una especie de reconciliación personal.
https://www.youtube.com/watch?v=nrmR_F5XgwQ
En 2002 el documentalista Jeroen Berkvens ofreció con A Skin Too Few: The Days of Nick Drake, cinta que puedes ver completa en YouTube, una mirada cronológica al tránsito de este músico por el mundo. Pero su obra pareciera ser más que suficiente. Pink Moon es un viaje al “ya haber sido” porque al final, Drake, como muchos de sus contemporáneos que vivieron cuando él más estaba creando (del Club de los 27 suele excluirse al cantautor británico por haber muerto a los 26), ya no vive con la pesadez de “convertirse”, de pasar a la historia, de probarle algo a alguien, sino que su música habla por sí sola, ya está hecha, ya no existe la carga mundana de la búsqueda de la trascendencia. Al ya haber sido, Drake le deja la tarea a quien lo escucha y queda prendado para siempre, cuarenta años después.
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Si te gusta el folk rock, ese sonido suave y melodioso pero a la vez encarnado y potente dentro de su estilo, también tienes que escuchar a este músico compositor.