Más allá de la escritura, las drogas y los viajes por carretera, uno de los grandes protagonistas de la literatura beat fue el jazz. Sobre todo en autores como Allen Ginsberg y Jack Kerouac el género se presenta como el soundtrack perfecto para un mundo que se revela ante los ojos incrédulos de unos jóvenes que planeaban alejarse a toda costa de los escenarios impuestos por el establishment: fábricas, oficinas de correos o mataderos. Lo que para el estadounidense promedio era sinónimo de una vida deplorable se concentraba cada noche en un solo lugar: los clubes de jazz.
Charlie Parker y Dizzy Gillespie
Negros, homosexuales, inmigrantes y drogadictos… Todos ellos cabían en estos sitios que más que unos hoyos de perdición implicaban un escape de la opresión, en ese sentido, podemos decir que el jazz era un pretexto para ser libres, sobre todo para los negros cuya opinión sólo podía ser escuchada a través del agudo sonido de una trompeta con sordina o los graves de un contrabajo que acompañaba el ritmo marcado por la batería.
«El jazz siempre ha sido esa clase de hombre con el que no quisieras ver a tu hija».
-Duke Ellington
Duke Ellington
Siguiendo esta línea de resistencia, muchos de los grandes compositores realizaron sus canciones más reveladoras como un grito en contra de la desigualdad social que los llevaba, a pesar de ya ser considerados unas leyendas dentro del género, a entrar por las puertas traseras de los bares, porque por adelante sólo pasaban los blancos.
Miles Davis
Tal fue la magnitud de esta expresión que Charles Mingus, uno de los jazzistas más comprometidos con la lucha por los derechos de los negros ─tal fue su compromiso que por un tiempo sólo aceptaba músicos negros en su agrupación─, compuso ‘Fable of Faubus’ en 1959 como una respuesta a las políticas racistas del entonces gobernador de Arkansas, Orval Faubus. ‘Alabama’ de John Coltrane fue grabada después de la explosión de una bomba en una iglesia de Birmingham, Inglaterra, donde tres chicas negras perdieron la vida.
https://www.youtube.com/watch?v=l24FZCmtY0Q
Con este grito que se volvía cada vez más fuerte a medida que Martin Luther King Jr. continuaba con su campaña por los derechos civiles y la persecución de comunistas promovida por el macartismo se volvía una propuesta obsoleta, la élite estadounidense evidentemente blanca, no podía hacer nada más que “legalizar” el jazz y promoverlo para que dejara de lado esa marginalidad que le daba tanta fuerza.
Esta normalización del jazz hizo que los grupos se iniciaran en un nuevo camino de formalidad en el que la improvisación era ya sólo un adorno “innecesario”, la libertad de tocar se había perdido entre partituras y trajes con pajaritas oscuras. Aunque en 1961 Coltrane lanzó el “Africa / Bras” como una forma de regresar a sus orígenes por medio de su música, si bien el saxofonista improvisó casi todas sus partes, la línea estética que el cuarteto siguió era la de un jazz nada salvaje y más apegado a una forma preestablecida.
Todo intento de salvarle de las garras del capitalismo resultó fallido, los jazzistas incluso dejaron de lado la forma y se preocuparon por tocar tan rápido como pudiesen, pero incluso a eso se le puso una etiqueta: free jazz. Músicos como Ornette Coleman, que incluso en ese caos habían encontrado una forma de expresarse, tuvieron que ceder ante esa industria que, con el fin de acallar sus desesperados gritos de justicia, les llenaba los bolsillos de dinero y los convertía en productos exclusivos de una clase acomodada y autoproclamadamente culta, a ellos, quienes en un inicio representaban a la marginalidad del mundo escondiéndose en clubes donde las personas eran realmente libres.
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Referencias
Richard Havens y Richard Evans. Jazz. La era dorada. Altea. México, Distrito Federal. 2009.
John Burns y Rubén Medina. Una tribu de salvajes improvisando a las puertas del infierno. Antología beat. Universidad Autónoma del Estado de Nuevo León. México. 2012.
Rebelión