Hay artistas que parecen desafiar la comprensión o simplemente los sentidos. En la historia de la música ha habido varios casos que, dicho sea de paso, buscan escaparse de toda categorización o incluso valoración convencional. Bandas como The Shaggs o intérpretes tan “únicos” como Florence Foster Jenkins o The Legendary Stardust Cowboy podrían fácilmente espantar en cuestión de segundos a quien los escucha por primera vez, aunque detrás de su sonido “crudo” y “poco agraciado” se esconda algo mucho más allá de lo estético. Esto es lo que sucede con la Portsmouth Sinfonia. Para finales de los 60, la ruptura de la concepción musical clásica con las bases infinitesimales de muchos científicos de la música constituyó un nuevo paradigma: el marco teórico por encima de la estética musical.
En esa época una de las salas más famosas de música presentó a la orquesta sinfónica más polémica del siglo XX, nombrada por algunos críticos “la peor orquesta del mundo”. Con seis álbumes y más de diez presentaciones, estos músicos académicos representaron sin darse cuenta, junto con John Cage, Karlheinz Stockhausen y Brian Eno, la democratización de la cultura musical clásica.
La médula espinal de la orquesta fue Gavin Bryars. Su formación fue profundamente académica, aunque tuvo una gran fascinación por la naturaleza del sonido, más que por la estética de la clásica o incluso de la cultura pop. Bryars abrió por primera vez las puertas del conceptualismo a Portsmouth en 1970 con una peculiar convocatoria que decía mas o menos así:
1. Cualquiera puede ser parte de la orquesta
2. La asistencia a los ensayos era obligatoria
3. Quienes hayan estudiado música no podrán tocar su instrumento base
No pasó mucho tiempo para que la orquesta acrecentara sus filas, contando con una gran gama de músicos bastante complejos e inexpertos. En 1974 grabaron su primer LP, Portsmouth Sinfonia Plays the Popular Classics, con Transatlantic Records, uno de los sellos discográficos más importantes en Inglaterra en los años 1960 y 1994, en cuyo catálogo contaban con artistas como Víctor Jara y The Dublins, por lo que no es extraño que hayan sido de los primeros en incursionar en el conceptualismo clásico.
Tras el lanzamiento de su primer álbum apoyaron una filosofía aún más radical hacia el posanarquismo, incluso muy similar a la del punk, que decía que “no había segundas tomas”, pues para la orquesta era claro el valor que tenía la sinfonía sobre el concepto más que por la música.
La Portsmouth Sinfonia llegó a su clímax el 28 de mayo de 1974 en el Royal Albert Hall. Con todas las entradas agotadas, dejó a toda la sala atónita cuando se elevaron la primeras notas del Concierto para piano No. 1 de Tchaikovsky. La emoción se enervó cuando se dieron cuenta de que el concierto no estaba en su nota original. Un ambiente de excitación invadió a la sala aquella noche. Como lo reseñó la revista inglesa The Telegraph: “Por un momento fue como si la presentación se adentrara en el dolor de Tchaikovsky”.
La mayoría de los artistas de la posguerra no tuvieron una clara idea de por qué y cómo era que se sublevan contra los académicos de la música ni el alcance que tuvieron para la música contemporánea. La Portsmouth Sinfoniaa fue para muchos la peor banda de la historia, aunque también pudo ser el principio de democratizar la cultura de las aristocracias.
Muchos críticos creen y destripan al conceptualismo diciendo que están transformando la música clásica en un circo, pero definitivamente, aunque exista un abandono estético, parece que la concepción del conceptualismo aportó, como el bebop, el punk, el krautrock, el rap y muchos otros, al cambio de paradigmas musicales al ampliar el paisaje de la conciencia sonora.
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Nadie está a salvo de la música. Felizmente, el sonido puede transformar una vida. Sin embargo, hay creencias más allá de lo emocional, como la del tritono, la música del diablo capaz de corromper almas en nombre del mal.