“Hasta el último aliento no se separó de su violín”, rezó el rotativo turco Hürriyet cuando hallaron el cuerpo de Baris Yazgi. Se ahogó junto con otros 16 migrantes que compartían una embarcación que partió de Estambul y pretendía atravesar el Mediterráneo para alcanzar la isla griega de Lesbos. Naufragó con su instrumento musical en brazos. Una ironía: murió con lo que le daba vida.
El Mediterráneo no perdona, no es piadoso ni grácil con los que desafían a sus aguas. Baris tenía 22 años y ni aferrándose a lo que más quería logró sobrevivir a la inmersión. Fue su último intento. No era la primera vez que intentaba alcanzar tierras europeas en busca de una vida más digna. Su cuerpo fue rescatado el pasado 26 de abril junto con el de sus compañeros de embarcación. Sólo una vez alcanzó Europa.
Baris significa libertad, pero su historia comienza y termina con una huída. La primera vez que cometió la fuga fue tras la destrucción de su pueblo natal y familiar, en los años 90 durante los enfrentamientos entre los kurdos, que pedían la independencia de Kurdistán y el gobierno de Turquía. La familia Yazgi, así como muchas otras familias kurdas, tuvo que escapar niños en brazos: siete niños y dos niñas.
Baris era el menor de los niños y uno de sus hermanos, Cengiz, le regaló su primer violín. Fuat, otro hermano radicado en Bélgica, dice que el instrumento “le dio sentido a su vida”. Pero ni eso logró que Baris se sintiera cómodo en su país, donde “no hace falta ser un activista político para sentir la presión”. Así que Baris decidió subirse a un barco para llegar a Europa a vivir con él.
Durante ese viaje novato, se vio obligado a empeñar el primer violín para sobrevivir. Entonces Fuat le envió un poco de dinero desde Bélgica para recuperar el objeto que le servía de ancla en la vida de nómada que sostenía.
Finalmente, como sucede siempre que algo nos pertenece verdaderamente, el violín regresó a sus manos y una vez afinado, ofreció su primer concierto, frente a una multitud y acompañado de un conjunto musical llamado De Propere Fanfare.
Pero no soportó la añoranza de tierras lejanas, de su lugar de nacimiento, así que regresó a Turquía para reencontrarse con su familia. Y poco después de su reinserción, un golpe de Estado lo obligó a escapar. Otra vez la huida. Y entonces, esa vez, huyó de los tanques, de las explosiones, de las casas en ruinas.
Sus últimos días, Baris tocó el violín en la recepción de un hotel en Estambul. Cuando se supo la noticia del hundimiento de la embarcación en el Egeo, Cengiz preguntó a ls guardias costeros si habían hallado un cuerpo con un violín, como si supiera desde siempre que Baris habría de morir con el instrumento de su historia entre sus brazos.
Ahora el violín está en manos de una de las dos hermanas de Baris, empeñada en aprender las artes musicales. La muerte de su hermano fue una muerte de poesía, digna de aparecer individualmente en un rotativo turco. Sin embargo, cientos de migrantes perecen cada día en las aguas furibundas y ya nadie dice nada. Los cuentan como manada, como un conglomerado, como un grupo de objetos: 100/200/50 murieron ahogados en el Mediterráneo. En lo que va del año, ya suman casi dos mil muertes
Actualmente, y en el margen del Día Internacional del Refugiado, más de 65 millones de personas en el mundo han tenido que abandonar sus hogares, expulsados por la hambruna, la violencia, las guerras o la persecución política. La miseria.
Baris es un afortunado de la vida, murió con lo que más amaba y haciendo lo que hacía.
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