Las granjas están tomando algunas ciudades alrededor del mundo, un pedazo de tierra fértil entre edificios y rascacielos. Extensiones pequeñas de manzanas, rábanos o cebollas en medio de la jungla de cemento.
Las granjas urbanas no son algo nuevo. Durante los enfrentamientos bélicos, en algunas regiones afectadas, las familias debían hacer lo suyo y ser autosustentables. Entonces decidieron plantar en sus jardines o en espacios comunitarios.
Aunque entonces el objetivo era contrarrestar el hambre provocada por la escasez de alimentos y la poca producción, hoy este tipo de agricultura citadina podría tener varios beneficios incluso en zonas que no padecen de pobreza ni hambruna.
En Vox, se revisa el paper de Raychel Santo, Anne Palmer y Brent Kim, del Centro para un Futuro Habitable (Center for a Livable Future) y estas fueron algunas de las conclusiones más significativas.
En primer lugar, aunque no estén pasando por un problema de escasez alimentaria (comercialmente hablando), estas granjas sí podrían ayudar a algunas familias a comer más sano y a ahorrar recursos. Pero esto debe verse en una menor escala, ya que la seguridad alimentaria no es el objetivo absoluto.
Socialmente hablando, el impacto de las granjas también ayuda a “revitalizar” los vecindarios que están en decadencia. En el estudio, se comprobó que en las zonas con granjas urbanas, hay una clara relación con el mejoramiento del vecindario, se reduce el crimen y hay una cohesión dentro de la comunidad, ya que la mayoría de éstas son comunitarias.
Estos jardines comunitarios también podrían fortalecer los lazos sociales entre los vecinos y las personas involucradas en general, ya que tienen el poder de minimizar los espacios entre ellos, reducir las tensiones y fomentar la integración entre grupos que normalmente están segregados.
Aunque sea un cambio mínimo, las granjas permiten que se usen menos transportes para llevar la comida de un lado a otro. Al principio esto no tendría ningún impacto, pero si se replica, al final sería un gran avance.
No obstante, es un hecho que pueden ayudar a limpiar la polución del “aire local”, refrescar a las ciudades durante el verano, retener agua de lluvia y reconectar a las personas con nuevas formas de cosechar.
Esto último tiene que ver con que las personas involucradas saben a qué se están enfrentando al cosechar cada tipo de semilla y aprender que hay diferencias. Al final, estarían aprendiendo en qué momento conviene plantar más una u otra y comprender el desperdicio alimentario.
Lo más importante es que todo ese procedimiento ayuda a reconocer la labor que hacen los granjeros a diario. Instaurar nuestra propia granja urbana, aunque sea en nuestra azotea o en el patio de nuestras casas podría traer grandes beneficios para la comunidad. Y lo más importante: comeríamos más rico.
*Con información de Vox.