En su crónica, “Arenas de Japón” (Letras Libres, 2009), Juan Villoro definió a los hikikomori (denominados “solteros parásito” en tierras niponas) como los adolescentes que se encierran en una habitación por tiempo indefinido, contactando únicamente a sus ordenadores y dispositivos móviles. Hoy, un 20 por ciento de los jóvenes forma parte de esa horda aislada. La proliferación de una nueva raza que encarna a los cangrejos ermitaños.
Los hikikomori, dice Villoro, “se sustraen a la banalidad de la vida moderna. En un mundo sin épica, se dan de baja. Son espectros, suicidas aplazados”. En la actualidad, poco más de 4 millones de reclusos solitarios, entes de mediana edad sin mayor deseo que ser comensales y dependientes económicamente de sus padres por el resto de sus días.
Un estudio elaborado por el Instituto Nacional de Población e Investigación de Seguridad Social arrojó cifras perturbadoras: Durante el 2016, 4.5 millones de japoneses entre los 35 y los 54 años de edad que no tenían empleo, no se habían casado y seguían encerrados en casa de sus padres. Desde el 2015, se presenció un repunte de los solteros vitalicios, pues dentro de la población 50 años de edad, uno de cada cuatro hombres y una de cada siete mujeres no estaban casados.
The Guardian explica que este fenómeno de los parásitos solteros se relaciona directamente con una fuerza laboral que no deja de encogerse. Una generación que alguna vez se caracterizó por no tener preocupación alguna hoy está preocupada por definir cómo sobrevivirán cuando sus padres mueran.
Para una entrevista con Reuters, el sociólogo que los bautizó como los solteros parásito, Masahiro Yamada, explicó que a mediados de la década de los 90, muchos de los veinteañeros pensaban que para cuando tuvieran 30 años estarían casados, así que decidieron seguir disfrutando de las banalidades de la vida. Sin embargo, cuando llegó la hora premeditada, un tercio de ellos todavía no contraían nupcias. Son ellos los que ahora tienen 50 años o más y siguen viviendo con sus padres.
El problema mayor es que de ese 20 por ciento de la población soltera y chupadora de sangre, muchos de ellos dependen exclusivamente del ingreso de sus padres y cuando estos mueren, podrían convertirse en una carga para el Estado, que se queda con la responsabilidad de seguirlos manteniendo con vida. Sin embargo, el gobierno también ha contribuido a la epidemia ya que los trabajos son cada vez peor pagados e “inestables”.
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