En la escuela (un poco menos en las privadas mexicanas) nos han enseñado de todo: El Teorema de Pitágoras, cuáles son las regiones climáticas principales de México, qué animales que se reunieron en un nopal para convertirse en nuestro escudo nacional y de qué forma los elementos químicos interactúan entre ellos para formar todo lo que conocemos.
Pero se les olvidó transmitir un conocimiento importante: cómo sobrevivir a la vorágine del siglo XXI, en medio de guerras, dictadura tecnológica, tiranía de las redes sociales, relaciones precoces e inmaduras, decadencia cultural, desesperanza laboral y lo más importante: lecciones de supervivencia básica, ya sea en soledad o en compañía de los neopadres, los roomies.
Claramente algunos de nuestros mentores podían lidiar apenas con sus vidas. Pero al menos un panel de “profesionistas exitosos” consultado por The Independent ha dado algunas pistas sobre lo que todas las instituciones deberían estar implementando en sus planes de estudio. Katherine Martinko, de Tree Hugger, ofrece una selección de las más importantes.
– Nutrición: Este punto tiene mucho más importancia en naciones como México, una de las líderes en obesidad tanto adulta como infantil. Saber comer, más allá de lo que recen los productos para bajar de peso, sí es un arte. Los héroes contemporáneos son los que han librado la diabetes, el colesterol y la hipertensión.
Sin embargo, este tipo de enseñanzas deben recurrir a la práctica. Enseñar en un supermercado, en un laboratorio (química de alimentos) o en una cocina pueden ser primeras aproximaciones.
– Ahorro y finanzas: Conocimientos que nos habrían ahorrado muchos problemas en tiempos donde la quincena dura un fin de semana y se intercambia una comida corrida por sopas enlatadas. Aprender a distribuir los bienes y tomar decisiones sabias como no gastar en cosas inútiles.
Uno de los consultados por la encuesta sentenció que no sólo se trata de que desde edades tempranas desarrollen una “responsabilidad financiera” sino que se conviertan en consumidores analíticos, que inviertan pero que ahorren.
– Salud sexual: No todo tiene que ver con cómo funcionan nuestros órganos reproductores ni en qué consiste la fecundación. También es importante ir más allá de enseñar a los alumnos a usar condón o mostrarles imágenes lascivas y traumáticas de cómo luce una enfermedad venérea.
También tiene que ver con como “portarse bien en la cama”. Y deberían hacerlo porque cuando se “promueven los buenos valores sexuales” les inculcan a los niños se puede terminar con esta “cultura de la violación”.
– Pensamiento Crítico: No se trata de que las futuras generaciones sepan qué pensar sino cómo hacerlo. Los debates y las discusiones (que ofrezcan diferentes puntos de vista) empiezan a implementarse hasta la universidad. Hacerlo prematuramente podría lograr que cada persona aprenda cómo apreciar y “evaluar” los mejores argumentos para cada una de las proposiciones o perspectivas que escuche.
En tiempos de redes sociales es imperativo que los usuarios aprendan a diferenciar las noticias verdaderas de lo erróneo y mal fundamentado pero que, sobretodo, aprendan a forjar su propia opinión antes que replicar lo que han scrolleado.
– Actividades offline: Este punto habla por sí mismo pero, en esencia, debería educar a las nuevas generaciones para que aprendan a vivir sin conexión a Internet. Atrás han quedado los hábitos de lectura, los paseos ciclistas o las reuniones entre vecinos.
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