En una preparatoria norteamericana, una niña escucha la conversación que otra está teniendo con su madre mientras llora encerrada en un cubículo: “Mamá, tengo miedo. ¿Nos van a empezar a perseguir, tenemos que irnos? ¿Me van a deportar?”. Y apenas ha pasado un día.
Tras el triunfo de Trump, las “minorías”, los musulmanes y los homosexuales son los que peor lo han pasado. Temen la “persecución” que Trump advirtió durante su campaña. Tienen miedo a que los expulsen del país.
En redes sociales, los ciudadanos que han tenido que lidiar con frases denigrantes, cuentan sus historias, que no cesan. Por todos lados reciben invitaciones a abandonar al país.
La población blanca y trumpista decidió pintarse la cara de negro para celebrar a su nuevo líder. En el mismo contexto, aprovecharon para referirse a la comunidad afroamericana como “algodoneros” y pintar muros con la frase “las vidas negras no importan”.
Los comentarios racistas se normalizaron de un día para otro. La discriminación se transformó en una práctica “permitida” e incluso necesaria. El epicentro de los comentarios de odio se halla en las escuelas y universidades: los niños y jóvenes, sorpresivamente, son los que más han externado su preocupación.
Los estudiantes presencian que sus compañeros han iniciado su propia campaña de desprestigio contra los hispánicos, los latinos y los musulmanes. Niños de 10 años coreaban “construye ese muro”.
Las familias religiosas sugieren a sus hijos que no porten la indumentaria que permite la identificación de sus creencias: “por favor no vayas a ponerte tu hiyab hoy”. Hay musulmanes que nunca antes habían salido sin él.
Asimismo, cientos de mensajes han sido plasmados en bardas, puertas, muros, baños públicos, escuelas y oficinas. La mayoría sugieren que tras la expulsión de los indeseados, “la verdadera América regresará”.
Por todos lados, la palabra Trump se manifiesta dando un claro mensaje: ellos ganaron y es momento de que los demás dejen su nación.
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Con información de: ATTn, Twitter.