El papel que tienen las mujeres dentro de las pandillas que lideran la violencia en Centroamérica siempre ha sido retratado del lado de la víctima. Innumerables artículos se han dedicado a entrevistar a aquellas que, por designación de las cabecillas, ocupan un papel secundario dentro de estos grupos criminales.
Pocos son los que se adentran en el mundo de las mujeres que por derecho propio se han ganado un lugar dentro de estas células. Hablan de asesinatos, de torturas, de violaciones, como si fuera un trabajo en el que llegas, cumples con un horario y te vas de regreso a casa como si no hubiera pasado nada.
Teresa, quien pidió a BBC Mundo llamarse así para guardar su identidad, está cumpliendo una condena de 198 años de prisión y parece no arrepentirse de ninguno de los crímenes que cometió siendo parte de Barrio 18, una de las pandillas más temidas de Centroamérica.
Las mujeres de Barrio 18 tienen un papel fundamental en las ideas de la pandilla. (Foto: BBC Mundo)
«Lo hice con un cuchillo y fue bien difícil», dijo Teresa a Leire Ventas, reportera de BBC cuando le preguntaron sobre su primer asesinato. Apenas tenía 12 años cuando ocurrió. «Mi madre no hacía más que fumar crack y mi padrastro llevaba violándome desde que tenía seis años. Un día me harté y lo maté. Fue la primera vez que asesiné a alguien».
Relató que, por su tamaño e inocencia, no sabía cómo ni dónde ocultar un cadáver, por lo que la llevaron a un tribunal para menores. Su semblante sólo se suavizó cuando habló de sus hijos y de su infancia. De las golpizas, las torturas y los asesinatos, hablaba como si fuera cualquier actividad rutinaria.
Matar se vuelve algo rutinario para estas mujeres. (Foto: BBC Mundo)
«Somos el verdadero cerebro de la pandilla», declara Teresa sin dudar un momento. «Me aceptaron porque conocía a la gente, porque mi madre también era pandillera. Fue antes de que la metieran presa». Teresa, quien está presa en el Centro de Orientación Femenino (COF), en Guatemala, indicó que se inició vendiendo droga en las escuelas.
Justo son las instituciones educativas las que tratan de poner mayor atención en este aspecto, pues al ponerse uniforme, no se dan cuenta que así instan a más niños a consumir o los atraen para reclutarlos y así vender droga dentro de las escuelas.
«Matar se vuelve una droga. Es como cuando consumes crack: siempre quieres volver a fumar y cada vez en mayor cantidad», declaró Teresa. Dijo que, por ejemplo, alguna vez la mandaron a matar a una reclusa de la banda contraria a la que ella pertenecía. «Los sentimientos feos de la infancia son el motor para odiar a quien no te hizo nada».
Los hijos de las mujeres del Barrio 18 se acostumbran al sonido de las balas. (Foto: Global Voices en Español)
No piensa, ni estando dentro de la cárcel, en dejar la pandilla, en abandonar a Barrio 18. Eso para ella es una ilusión, algo utópico pues una vez dentro no puedes salir. Ahora, en el COF, se despierta a las seis de la mañana. Piensa en cómo su hija se acostumbró a los balazos, a su sonido. Fuma marihuana en la cancha del reclusorio hasta las 10 de la mañana y luego habla por teléfono.
«Uno sale muerto de la pandilla», sentenció Teresa a BBC Mundo. «Por la pandilla hay que estar dispuesto a todo: a matar y a morir».
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