La campaña presidencial de Donald Trump ha estado marcada por el racismo y odio hacia los mexicanos. El candidato del “hagamos grande América otra vez” pensó que no necesitaba de los latinos para ganar las elecciones presidenciales. Se equivocó.
A poco más de 70 días de los comicios, su estrategia ha tenido que cambiar radicalmente. Ahora busca dar la vuelta a una campaña que se encuentra hundida por la falta de apoyo tanto de sus partidarios republicanos como de las minorías en su país.
Irónicamente, su última oportunidad para revertir las cosas dependió de una visita que Trump jamás pensó realizar.
El recorrido de Peña Nieto por Washington hace unos meses tuvo otro propósito aparte de ir a debatir con Barack Obama y Justin Trudeau. Durante su estancia, se dio la oportunidad de invitar a Trump y a Clinton al Palacio Nacional para platicar sobre la relación entre ambos países.
Ayer por la noche, de manera atropellada, el candidato republicano confirmó la invitación de Peña. Por su parte, la candidata demócrata Hillary Clinton, no ha respondido.
El silencio dice mucho: Hillary no piensa venir a México porque su campaña no lo necesita. En este momento se encuentra siete puntos por encima de su rival en las encuestas. Sus credenciales en política exterior son tan importantes que no necesita realizar un viaje mediático y sonreír ante las cámaras para probarles a sus votantes que es inclusiva y que se preocupa por las minorías de su país.
Su carrera habla por sí sola. Fue secretaria de Estado, el cargo más alto en política exterior en Estados Unidos. Como primera dama viajó por el mundo y no lo hizo como una turista más, sino para hacer algo que ninguna otra mujer en su posición había hecho: hablar de políticas en favor de la mujer.
Además, la relación de Clinton con México no necesita reparaciones. En 2014 visitó nuestro país después de haber concluido su periodo como secretaria de Estado y antes de convertirse en candidata a la presidencia de los EUA y Enrique Peña Nieto la recibió.
Además, en abril de este año, la candidata afirmó que de llegar a la Casa Blanca, trabajaría duro para ser un buen socio de México y aprobar una reforma migratoria integral que mantuviera unidas a las familias y permitiera a millones de trabajadores salir de las sombras.
Por el contrario, a Donald Trump le urge generar una imagen de confianza con los votantes latinos. Necesita una acción fuerte y con impacto y venir a México, puede ayudarle.
Quiere verse como un hombre que cometió errores pero que ahora está arrepentido. Necesita ganar las elecciones de Florida y de Arizona (ambos, estados llenos de inmigrantes) para mantenerse en la batalla y esta es una forma de intentarlo.
Al parecer, sin embargo, ahora es demasiado tarde. Las manifestaciones en su contra ya fueron convocadas y diversos políticos y figuras públicas han expresado descontento con su llegada. Su discurso, en el cual confirmó su deseo por construir el muro que dividirá nuestras fronteras, sólo logró que los mexicanos reafirmaran su desagrado hacia él.
Ahora regresa de donde vino, igual que como se fue: sin la aprobación de los mexicanos. Pero su día no ha terminado, ahora se dirige a Arizona para hablar sobre la inmigración. Mientras tanto, Hillary observa a distancia y confirma un viejo dicho: el pez por la boca muere.
*Con información de: Vox