Desde hace poco más de 10 años, el gobierno tailandés ha orquestado cacerías para perseguir a los protagonistas del narcotráfico: Vendedores, productores y traficantes son perseguidos con una constancia y severidad casi religiosas. La guerra contra las drogas marcó el inicio de nuevos tiempos violentos, de asecho permanente.
En el 2003, el Primer Ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra, inauguró la tradición gubernamental de perseguir a los narcotraficantes y capos. El mandatario actual, Rodrigo Duterte, anunció una cacería mucho más radical que sus antecesores.
Desde que tomó el poder a mediados del año pasado, alrededor de 2 mil tailandeses han muerto a manos de las fuerzas armadas que desplegó exclusivamente para su causa o en embates entre civiles impulsados y sostenidos por el ambiente de desesperación que reina sobre ellos.
Las otras víctimas son los cientos de prisioneros que —culpables o no— permanecen acorralados en las prisiones que, de acuerdo a un nuevo informe de la Federación Internacional para los Derechos Humanos, violan todos los derechos fundamentales, no empatan con los estándares internacionales: Los prisioneros viven hacinados en celdas minúsculas y son encadenados, golpeados y torturados a placer, sin ningún límite legal.
Al-Jazeera revela que la ley tailandesa establece que los acusados de posesión de heroína o metanfetamina pueden recibir una sentencia de hasta 10 años en prisión.
De acuerdo con la Federación, actualmente Tailandia tiene la tasa de encarcelamiento más alta del sur de Asia: Aprisiona a 425 de cada 100 mil ciudadanos. En total, 260 mil prisioneros están distribuidos en en 148 prisiones cuando, originalmente, tienen una capacidad de únicamente 120 mil personas.
De acuerdo al medio musulmán, para los realizadores del informe, los prisioneros revelaron que los guardias los golpeaban con palos, los arrojaban a confinamiento solitario y los mantenían “encadenados durante semanas”, a pesar de que en el 2013 lanzaron iniciativas gubernamentales para cesar esas prácticas denigrantes.
Asimismo, los hacinan en celdas que en ocasiones ni siquiera tienen camas y tienen que ir al baño en lugares donde no tienen privacidad. “Por las noches, duermen apretujados unos contra otros en petates o directamente en el piso”, explica el informe. Los directivos de la Federación sentencian que aunque el gobierno tailandés asegura que las condiciones de sus prisiones respetan los estándares internacionales, eso es “ridículo”.
Por si fuera poco, los trabajos que se ven obligados a hacer para ganar un poco de dinero pagan una miseria y no les alcanza para las “comodidades” más elementales. Además, las consultas que tienen con los doctores de prisión apenas duran pocos minutos y no cuentan con las herramientas para dar diagnósticos pertinentes.
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