Desde antes de que naciera, ella ya daba clases.
En mi adolescencia, para lograr pagar mi colegiatura, regresó a las aulas; noches interminables en las que se pasaba calificando y enojándose por la mala ortografía de sus pupilos.
Mi madre fue enfermera, pero siempre se dio tiempo de compartir su experiencia y conocimientos. Sus últimos alumnos, cadetes de la Escuela Militar de Oficiales de Sanidad, se contaban por más de 100; sin embargo, y a pesar de la enorme molestia que la causaba que no escribieran correctamente, la hacían feliz.
Hace no muchos años, cuando todavía podía salir y moverse sin problema, recibió un reconocimiento por su trayectoria. Ella no se lo esperaba, y ayudé como pude para que llegara a tiempo; sin embargo y como era costumbre, no pude ir. Ella me enseñó la importancia de ser responsable y de no dejar el trabajo por salir corriendo, sin importar de qué se tratara. La verdad es que lamento haberle hecho caso.
En pocas personas he visto ese amor y dedicación… tal vez eso fue lo que me impulsó a dar clases, a compartir lo mejor de mí en cada sesión. Cuando me dieron mi primer reconocimiento en la Ibero, me acompañó; por supuesto, llegó tarde, como era su costumbre, pero su cara de satisfacción fue suficiente para no decirle nada. Nunca pudo llegar a tiempo… hasta ahora.
La vida no fue benévola con ella; decidió estudiar enfermería porque no le dejaron opciones… siempre quiso enseñar y ser libre, pero en esa época había que sujetarse a lo que la familia conviniera. Nunca habló al respecto, pero siempre hizo algo para compensar.
Hacia el final de su vida laboral fue una de las responsables, a nivel nacional, del proceso de servicio social en el sector salud. Su escritorio siempre estaba “decorado” con los pequeños detalles que los estudiantes de enfermería y medicina le llevaban para agradecer su apoyo y acompañamiento. No recuerdo que alguien no hablara de ella con cariño y admiración.
Ella, ella fue mi maestra.
Hoy, solo me queda agradecer todo lo que me dio. Tampoco para mí fue fácil… siempre estuvo lejos, buscando darme lo que consideraba mejor. Mi herencia no se mide en casas, cuentas de banco y seguros de vida… lo único que tengo ahora es ese amor por compartir conocimiento, por enseñar y aprender todos los días.
Espero que, dónde esté, pueda hacer lo que más le gustaba. Por mi parte, y como un regalo póstumo, seguiré haciendo lo que se ha convertido en parte esencial de mi vida: dar clases.
Adiós, jefa… tienes mi palabra de que continuaré con tu tarea.