Por: @andreamuhechg
“Nuestros recuerdos, dolores, sollozos, enojos y lágrimas que nunca se han borrado pueden explicar, en lugar de decenas de libros y artículos, que los talibanes son asesinos, criminales y enemigos y que nunca deben volver al poder”.
Después de que en julio la campaña iraní detrás del hashtag #Don´t_Execute, que pedía al régimen revocar las condenas a muerte de tres presos políticos recibió apoyo de la gente en Afganistán, estos decidieron replicar el hashtag con su propio contexto, y #DoNotRedeemtheTaliban (en dari), que se refiere más que nada a las negociaciones de paz en Catar, se volvió tendencia (Mehrdad 2020).
En cuestión de horas, #Don´t_Execute se convirtió en una tendencia global en Twitter después de que una publicación que decía: “¿Podemos también decirle al gobierno y a la comunidad internacional que no rediman a los talibanes?” se volvió viral con más de 100,000 tweets.
Entre de imágenes gráficas de los ataques en Kabul, la gente está exigiendo que el gobierno no ceda en las negociaciones con los talibanes y que no deje la protección de la libertad de expresión, la igualdad de género y la democracia a un lado.
Después de décadas de guerra, una nueva generación de afganos ha crecido con un fuerte sentido de responsabilidad social y política. Pero como la protesta pública por más que sea pacífica sigue siendo peligrosa, la batalla se trasladó a las redes sociales. ¿Qué tanto peligro existe? En algunas de las últimas protestas en las calles: dos terroristas suicidas atacaron matando a 83 civiles e hiriendo a más de 230, las fuerzas de seguridad han asesinado manifestantes, y un triple bombardeo terminó con la vida de 20 civiles más en un funeral (Mehrdad 2020). En Afganistán, el día que sales a exigir puede ser tu último.
La inseguridad en Kabul robó a la gente el acceso a las calles y, para ellos, la larga historia de acuerdos sirven a los intereses de las partes en lugar de considerar la opinión pública. ¿Qué otra diferencia existe en las manifestaciones de hoy? Mientras que las protestas tradicionales intentaron hacer que el gobierno afgano rindiera cuentas a su pueblo, las campañas de ahora tienen como objetivo una audiencia más amplia: la comunidad internacional.
Las campañas como #DoNotRedeemtheTaliban muestran que, efectivamente, el proceso de paz no ha abordado preocupaciones sociales como priorizar los derechos humanos o un alto al fuego duradero. La gente se siente excluida del proceso y es por eso que su refugio se encuentra en el ciberespacio al brindarles este la libertad de dialogar, conectarse entre sí, y sentir que hay alguien más que sí los escucha. Las redes son una herramienta poderosa para hacer que las personas sean escuchadas en cualquier contexto y, de hecho, trasladar estas inquietudes, peticiones, y necesidades a una audiencia internacional tiene todo el sentido del mundo porque, entre otros temas: el gobierno afgano es más responsable ante la comunidad global, ya que esta paga hasta el 75% de sus gastos (Mehrdad 2020). Como están en deuda y sostenidos por externos, estos tienen cierta responsabilidad ante ellos. Cuando las campañas influyen en los donantes, los funcionarios pueden responder a las peticiones.
Un ejemplo perfecto de que este tipo de campañas funcionan es la de “My Red Line” (los activistas a menudo hacen que sus tweets se traduzcan del dari al inglés para tener más alcance). En ella, se protestaba por el arresto de dos activistas que habían documentado casos de explotación sexual en una provincia afgana. Después de cientos de tweets, el embajador de EEUU en Afganistán calificó el arresto uno “al estilo soviético” y, como consecuencia, el presidente Ghani ordenó su liberación. Aunado a eso, la frase “mi línea roja” entró en la política: “la protección de la república y los derechos de ciudadanía son nuestras “líneas rojas””, dijo Ghani en una reunión con jóvenes afganos en febrero.
Lo que podemos ver el día de hoy es que la gente está definiendo lo que es la paz por sí mismos y exigiendo esas condiciones impulsados por distintos hashtags. Eso se puede escuchar en las redes sociales en la voz de muchos, como por ejemplo una estudiante que dice en un video que no quiere perder su derecho a la educación si los talibanes vuelven al poder: “porque quiero progresar y convertirme en una persona en el futuro que pueda traer paz a mi patria, a mí misma”. Para ella, la paz es educación, su educación y la de las demás niñas. No decenas de acuerdos que le imponen lo que debería de ser.
A medida que EEUU retira sus tropas gradualmente del territorio, el proceso de paz pasó a la siguiente fase: las negociaciones entre el gobierno afgano y los talibanes. Sin embargo, por mucho que el proceso suscite esperanzas, los temores sobre el regreso de los segundos al poder persisten y el miedo de que otros definan lo que es su paz por ellos nubla cualquier ilusión. Muchos activistas temen que el gobierno afgano y los talibanes negocien derechos humanos en el proceso. Por lo tanto, lo que se está intentando actualmente con #DoNotRedeemtheTaliban, es influir en esas negociaciones con una voz colectiva que los torne imposibles de ignorar.
No importa si el grito viene dentro del hashtag #Don´t_Execute, #DoNotRedeemtheTaliban, #WomenRightstoEducation, de My Red Line, o de sea el que sea el próximo nombre de la lucha colectiva. No importa si las visiones civiles de paz difieren, y tampoco importa el lugar de donde provenga la persona detrás de los diferentes teclados y dispositivos. A través de las redes sociales, la gente se conecta con el gobierno y los talibanes. A través de las redes sociales, la gente está exigiendo lo que, para ellos, es la definición de paz.
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*Las columnas de opinión de Cultura Colectiva reflejan sólo el punto de vista del autor.