Mark Zuckerberg, fundador y director de Facebook, es la imagen del éxito en la era de la internet y las redes sociales. Pero la película The Social Network lo desnudó desde muy temprana hora: nunca dejó de ser el chico acomplejado y ambicioso, en permanente búsqueda de aprobación social, que es capaz de destruir cualquier relación de confianza con tal de asegurarse su éxito personal.
A pesar de tener una fortuna que se calcula en los 87 mil millones de dólares, lo que lo haría la tercera persona más rica del mundo, Zuckerberg continúa cometiendo errores de juicio que poco a poco van minando la confianza en su emporio y en su liderazgo. Sobre todo, porque esos errores parecieran reflejar falta de empatía y sensibilidad al poner las ganancias por encima de temas como el racismo, la discriminación, la protección de minorías y… la democracia.
En los últimos meses hemos visto desarrollarse la serie de errores más grandes en la carrera de Zuckerberg, mismos que podrían costarle sus sueños de dominación mundial en los campos de la tecnología y la comunicación. Peor: se trata de una estrategia equivocada que podría representarle la pérdida total del respeto de los socios y empleados de Facebook.
Y esa serie de errores tienen nombre y apellido: Donald Trump.
La relación de Zuckerberg con el repudiado presidente estadunidense es cada vez más intima. Empezó con reuniones públicas que han servido de propaganda para el mandatario, siguieron sus cenas secretas, y su complicidad se terminó de materializar con la llamada que tuvieron justo después de que estallara la controversia por las publicaciones de Trump en redes sociales que parecían incitar a la violencia contra quienes se manifestaban por el abuso racial de las policías en Estados Unidos.
¿Cuál fue la lógica del acercamiento de Zuckerberg con Trump?
Por supuesto, todo inicia (y termina) con el dinero. Bastante documentada está la relación colaborativa entre el equipo de campaña de Donald Trump y Facebook. Más allá del posible uso de datos personales de millones de personas, obtenidos de manera irregular por la infame Cambridge Analytica, el hecho comprobado es que la campaña de Trump invirtió carretadas de dinero en Facebook, recibiendo acompañamiento personalizado para asegurar el mayor “retorno por la inversión”. Todo confirmado por un alto funcionario de la empresa en un memorándum que se filtró a la prensa a principios de año: “¿Fue Facebook responsable de la victoria electoral de Trump? La respuesta es sí (…) porque ejecutó la mejor campaña de anuncios digitales que he visto de cualquier anunciante. Punto”, presumió a sus compañeros Andrew Bosworth, vicepresidente de la empresa.
Trump fue un extraordinario cliente de Facebook. Y al cliente, lo que pida, más cuando existe la posibilidad de otro flujo impresionante de recursos para la próxima elección. Por eso Facebook no ha querido seguir los pasos de Twitter, que ya ha anunciado que no permitirá la compra de anuncios publicitarios de políticos este año.
Zuckerberg tenía una pesadilla muy conocida y real: que se cristalizaran los planes de prominentes demócratas, como Elizabeth Warren, de dividir la empresa, con el pretexto de disminuir su poder y acabar con sus “prácticas anticompetitivas, que pasan por encima del derecho a la privacidad de sus usuarios, y que han fallado en su responsabilidad de proteger la democracia estadunidense”.
Lo peor que le podía pasar a Zuckerberg es que la candidata demócrata Warren fuera electa presidenta. Entonces, la mejor estrategia, parece que pensó Zuckerberg, era erradicar por completo ese escenario mediante la reelección de Trump.
Pero ahora vemos los resultados de ese cálculo político. Trump y Zuckerberg han formado una alianza que ha sido neutralizada mediante el boicot publicitario de grandes anunciantes como Unilever, Coca-Cola y Verizon que, junto con organizaciones para la defensa de los derechos civiles, consideran que Facebook ha hecho poco para frenar el discurso de odio en la plataforma, más aún cuando proviene de poderosos políticos racistas. Ahora Zuckerberg no sólo ha visto las acciones de su empresa caer y su fortuna personal disminuir, sino que sus propios empleados han protestado y verbalizado su inconformidad por las políticas laxas de la empresa que permitieron a Trump endurecer su discurso y sentirse impune.
Hoy. la pesadilla de Zuckerberg vuelve a surgir: ante una clara disminución de la popularidad de Trump, su elección parece estar más incierta que nunca, y el candidato presidencial Joe Biden y el resto de la cúpula demócrata pudieran verse muy tentados a pasarle la factura por haber permitido que el monstruo del racismo y la discriminación florecieran mientras él afianzaba su relación con Trump y los republicanos.
Zuckerberg, tal parece, hizo la apuesta equivocada, y su emporio podría desquebrajarse si no comienza una operación de control de daños para reconstruir su relación con los demócratas. Peor aún, quizá el punto de no retorno ya se cruzó, y la única salida aceptable para muchos estadunidenses, empezando por los propios empleados de Facebook, podría ser un cambio de liderazgo que le regrese la confianza de usuarios, políticos y organizaciones defensoras de los derechos civiles y de la libertad de expresión.
Pero sabemos que eso no pasará. Porque la obsesión de Zuckerberg es dominarlo todo y acabar con la competencia. El problema es que, en política, las victorias no duran para siempre. Y las elecciones de noviembre en Estados Unidos serán la madre de todas las batallas, no sólo para Trump, sino también para Facebook.
***Diego Mendiburu es conductor de QWERTY, el programa de tecnología, emprendimiento y videojuegos de Reactor 105. Puedes seguirlo en Twitter como @echameuntuit, escuchar el podcast en Spotify, o ver sus videos en YouTube.
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