Por: **** @VladimirRamosC
El pasado del Movimiento de Regeneración Nacional es de un éxito electoral rotundo convocado por un discurso político teñido de lucha social que hizo eco en todos los estratos sociales. El éxito también fue, consecuencia de un sistema político sumergido en un océano de corrupción, impunidad, escaso crecimiento económico, inseguridad, violencia y la peor y más persistente de las tragedias: la pobreza en que vive casi la mitad de la población nacional.
El pasado de éxito fue pues, coyuntural. La legitimidad del movimiento le dio la fuerza política suficiente para ser la mejor opción de millones de mexicanos que la votaron, pero otro tanto, otros millones de votos, provinieron de haber considerado al actual presidente como la segunda mejor opción en las preferencias electorales. Las sobremesas de ayer y hoy de la población politizada confirmarían con suficiencia este supuesto, hecho.
Este análisis no resta, describe. No disminuye la valía, la dimensiona. Morena fue lo que la persona de Andrés Manuel López Obrador representó. La primera y segunda opción. Su soporte discursivo y electoral fueron, los adultos mayores, personas informadas, clases medias, y cierta población marginado. Todos los analistas coinciden en que segmentó a la población e hizo de su estrategia política una descripción de cómo está constituida la sociedad mexicana. Hoy le dicen que polariza, pero no puedes polarizar la consecuencia de las inequidades sociales, la exclusión de grandes grupos poblacionales del desarrollo nacional.
El pasado de Morena entonces es la conjunción de un discurso político con sentido social y sentido común con la realidad, esa realidad de a de veras, esa realidad soslayada e invisible para el discurso oficial. Treinta millones de votos son una cifra histórica, legitima, claro. Pero no es ni representa siquiera, a la mitad de la ciudadanía de este país y queda muy lejos de reflejar a la totalidad de habitantes. En su justa dimensión, equivale a 33.74% de la lista nominal, es decir, tomando como referencia a los 89 millones de ciudadanos que integraban la lista nominal en 2018, algunos o muchos dirán que no, que fueron más, bueno, respecto del 63.4% de los ciudadanos que votaron, esos 30 millones de votos equivalen a 53.1%.
Si la Revolución Mexicana es en parte, resultado de la participación de “la bola”, como se le denominó al pueblo, el resultado electoral del 2018 podría ser un símil, ser producto de la votación de una masa deseosa por acceder a una segunda oportunidad.
Ahora bien, el presente es uno completamente distinto, amorfo, sin programa, sí, sin programa. Porque Morena en el pasado fue y significó el discurso del actual presidente de México. El presente es confuso, es de un conflicto permanente, de urgencia electoral, pero de ausencia programática, reflejo de la incapacidad de ser sin tener a quien hizo al movimiento posible.
El presente es de urgencia inmediata para ellos y para el presidente, porque, aunque éste no lo dice, lo cierto es que, le preocupa el 2021. Si Morena estuviera organizado, concentrado y construyendo, el presidente no tendría que hacer tanto esfuerzo distrayendo a la oposición para que su administración pueda enfocarse y sacar adelante el proyecto alternativo de nación que promovió en campaña.
Además de urgencia, el presente de Morena como partido es como una película que los mexicanos vimos y no nos gustó, la del PRI o la del PRD, elijan. Incapaces de buenas prácticas, confundieron democracia con retórica y perdieron a los ciudadanos en vericuetos discursivos, y más temprano que tarde, la sociedad descubrió que la alternativa como tal no fue sino un episodio quimérico.
Morena está en plena contienda, bueno, lleva mucho en contienda, en conflicto, en pleito, los grupos o tribus quizás, están al asedio de las ventajas que tiene dirigir un instituto político con las prerrogativas a las que tiene acceso. Tal vez el principal enemigo de Morena no es la oposición sino Morena misma. Bueno, la oposición no es enemiga de nadie sino de ella sola, en los peores momentos del Movimiento de Regeneración Nacional ha sido incapaz de recuperar un poco, tan solo un poco de la credibilidad que perdió en el 2018.
El futuro en Morena es incierto porque el presente parece dictarlo. En la izquierda, se supone, tal vez sin conceder, que los liderazgos se forjan, se templan en la lucha, emanan en el tiempo. Los “liderazgos” que buscan presidir a Morena no son sino producto de algo completamente distinto a lo que fue capaz de aglutinar a millones de mexicanos en torno suyo.
Veamos. Comparados con Andrés Manuel López Obrador, ningún aspirante tendría oportunidad. Está bien, quitemos al presidente, pero tomémoslo como referencia y usemos los rasgos más distintivos, los que todos conocemos y tratemos de poner a los aspirantes en los zapatos de él. El más conocido, Mario Delgado, no cumple ni por asomo una trayectoria política de lucha. Porfirio Muñoz Ledo, nunca supo estar a tiempo y hoy el tiempo le juega de manera adversa. Yeidckol Polevnsky, quiere ejercer derecho de piso en un espacio que por azar del destino le fue concedido y Gibran Ramírez junto con Díaz Durán no son sino piezas de otros grupos que pelean una parte de ese poder político y económico que significa Morena.
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**** Vladimir Ramos es Director General de la Consultoría Política @PretoriansMX, doctorante en Administración Política en el INAP, Maestro en Políticas Públicas y Administración Pública por el ITESM. En 2016 fue considerado como uno de los consultores políticos más influyentes por la Washington Compol Magazine y en 2015 fue nominado a Consultor Revelación por Campaigns and Elections México.
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*Las columnas de opinión de Cultura Colectiva reflejan sólo el punto de vista del autor.