Por: Dr. Sanjay Gupta/ Corresponsal médico jefe de CNN
Desde hace más de seis meses me levanto a las 4:30 A.M. y me vuelco a una corriente aparentemente interminable de informes, estudios, datos y conjeturas sobre la pandemia de covid-19. Como muchos de nosotros, mi casa se ha convertido en mi oficina, mi gimnasio, mi restaurante, mi mundo. Cuando finalmente me acuesto, por lo general alrededor de las 11:30 P.M., a menudo me siento exasperado por esta crisis.
Puede haber pocos lugares más frustrantes para estudiar la pandemia que en Estados Unidos. Hace un par de meses escribí un ensayo titulado “Si Estados Unidos fuera mi paciente”, una reflexión sobre cómo sería tratar al país si fuera una persona de carne y hueso aquejada por una infección obstinada.
Al revisar a esa ahora, claramente no le va nada bien. Es como si la hubiéramos estado viendo desangrarse frente a nosotros, discutiendo sobre el tratamiento, ignorando los síntomas, demasiado ocupados repartiendo culpas como para unirnos, organizarnos y ayudarla a salir adelante.
Por supuesto, una gran parte del problema ha sido la propia paciente. Después de unas pocas semanas de seguir las órdenes de los médicos, decidió darles la espalda a los consejos de los expertos en salud. No le gustó lo que le decían los médicos y dejó de tomar los medicamentos porque eran desagradables.
Algo de eso es perfectamente comprensible. Las órdenes de quedarse en casa siempre iban a tener consecuencias reales y dolorosas, como las han tenido en todo el mundo. Con muchos puestos de trabajo perdidos y negocios quebrados, el debate sobre un alivio de estas restricciones fue justificadamente apasionado y lejos de ser simple.
Pero algunas de las otras medicinas, como la práctica del distanciamiento social y la reducción de algunas actividades diarias, aunque inconvenientes, deberían haber sido más fáciles de tomar. De manera desconcertante, usar una máscara creó más fricción política que incomodidad física en EE.UU. Aun cuando los casos y las muertes aumentaron de manera alarmante, muchas personas se han negado a dar hasta los pasos más básicos.
En medio de todo esto, es fácil desanimarse, pero las últimas semanas han ofrecido un poco de luz en medio de la penumbra. Para empezar, aunque de mala gana, ahora hay algo parecido a la unidad en el tema de las mascarillas. Aunque las recomendaciones nunca pueden ser tan convincentes como las órdenes, es probable que más estadounidenses se comprometan a usarlas. Otros países, como el Reino Unido, otro caso atípico en la pelea contra el covid-19, también están sucumbiendo a las reglas más estrictas sobre las mascarillas. Existe la sensación de que, finalmente, la mayoría de la gente entiende por qué.
También hemos comenzado a ver algunos signos muy prometedores en torno a posibles vacunas. Una de las principales candidatas, desarrollada por la Universidad de Oxford y AstraZeneca, parece segura e induce una respuesta inmune, aunque aún se necesita más investigación. Eso llevará tiempo. Después de que AstraZeneca sugirió en una audiencia del Congreso que una vacuna podría estar disponible a partir de septiembre, el grupo de trabajo de vacunas del Reino Unido ha retrocedido un poco, lo que indica que es poco probable que esté ampliamente disponible antes de 2021.
Informar sobre desarrollos como este puede ser un desafío. Parte del problema es la velocidad a la que ocurren. Todos hemos estado viviendo con esta crisis durante meses, por lo que la gente anhela cualquier señal optimista mientras ansía un regreso a la normalidad. Incluso los expertos no son inmunes a esto. En ocasiones recientes, después de hablar extraoficialmente con científicos optimistas, hice un seguimiento y encontré en los estudios pocos datos que respalden su optimismo. Es frustrante que la imagen científica en torno al covid-19 sea más opaca que nunca en un momento en que la transparencia total e inmediata es tan importante como nunca.
Con todo lo que queremos que aparezca una vacuna y poner fin a esta crisis, la historia nos dice que se necesita paciencia. El camino hacia la ciencia sólida puede estar lleno de baches, badenes, puntos ciegos y curvas cerradas. Si no tenemos cuidado, a veces ese camino puede llevar directamente a un acantilado. Mientras esperamos que la ciencia nos libere del covid-19, debemos concentrarnos en las cosas que podemos controlar.
Hace unos meses hablé con mi colega Fareed Zakaria sobre su perspectiva en torno al virus. Me recordó que, en el apogeo de la Guerra Fría, cuando EE.UU. y la Unión Soviética tenían miles de misiles nucleares apuntados entre sí, colaboraron en una campaña para librar al mundo de la viruela y trabajaron juntos para vacunar a muchos países.
Esto me quedó grabado. La pandemia ha creado un enemigo común como ningún otro en la historia moderna, pero no nos ha unido. Todos podemos contribuir a cambiar esta mentalidad, y eso comienza con un regreso a lo básico. Sabemos que podemos frenar drásticamente la propagación de este virus, como lo han demostrado países como Italia. Obedecer las pautas de distanciamiento social, usar mascarillas y abstenerse de actividades que plantean una infección pueden ser de gran ayuda.
Comprometerse con este enfoque es imperativo. Sí, es desafiante e inconveniente, pero miremos el ejemplo de Nueva York, que se encontraba en una situación desesperada hace unos meses y que a través de un esfuerzo disciplinado y coordinado ha logrado enormes avances en el control del virus, y comparémoslo con los estados que se apuraron a reabrir muy pronto o evitaron los lineamientos básicos.
Combinados con tantas pruebas como sea posible, estas medidas sencillas pueden ayudarnos a mantener el virus a raya mientras esperamos una vacuna. Si mantenemos nuestra mirada en la meta, juntos podemos revertir esto.
***El Dr. Sanjay Gupta presenta Signos Vitales en CNN International. Escuchen su podcast, Coronavirus: Fact vs Fiction en cnn.com/audio/podcasts/corona-virus
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*Las columnas de opinión de Cultura Colectiva reflejan sólo el punto de vista del autor.