Domingo, ocho de la noche, y Ana quiere salir corriendo.
Es 21 de junio y han pasado exactamente 100 días de que ella y sus dos hijos, Andrea y Nico, están en casa. El puente de marzo se unió a la decisión de miles de familias en el país no enviar a sus hijos a la escuela por lo que ya era un hecho inminente: el coronavirus había llegado a México.
Llovió toda la tarde y los chicos no pudieron salir a jugar al jardín trasero que, afortunadamente, tienen en casa. Ana presiente que mañana será el día más complicado de toda la mal llamada cuarentena. Su madre, quien justo estaba con ella desde el puente, ha vuelto a Morelia porque una de sus tías está en el hospital (no por el bicho) y ahora deberá hacer cargo ella sola.
Desde el 8 de junio y hasta el 7 de agosto, los estudiantes de nivel básico tienen acceso a contenido “divertido” (lo que signifique eso para las autoridades educativas) por los mismos medios en los que se transmitió el programa Aprende en Casa que les permitirá, de alguna forma, mantenerse entretenidos con actividades lúdicas, recreativas y de esparcimiento”, según publicó en un boletín la Secretaría de Educación Pública.
Lo más interesante de todo esto es que profesores de ese nivel educativo inician un periodo vacacional -más que necesario- este lunes, y “regresan” a las actividades el 20 de julio, “para dar paso a la capacitación docente y a los Consejos Técnicos Escolares, los cuales se desarrollarán entre el 20 y el 31 de julio”.
Todo suena muy bien: los chamacos estarán entretenidos (ay, sí, ajá) durante casi dos meses, los maestros tendrán un descanso y regresarán a ver cómo resuelven el próximo ciclo escolar. Pero, ¿alguien pensó en los padres y madres, especialmente en ellas?
Ana apenas logró sentarse un momento antes de hacer la última revisión al hogar. Mañana es un día complicado, pues inicia una capacitación; ella es afortunada, no le tocó el recorte de mayo, pero la carga de trabajo se cuadriplicó. Ha tenido que asumir responsabilidades de los miembros del equipo que se fueron, y para eso es taller de mañana.
Piensa en Andrea y en Nico, piensa cómo va a resolver darles de desayunar, estar en la capacitación, mantenerlos tranquilos, que hagan las actividades de lo que dicen se llama Verano Divertido, hacer de comer. Lo que más le preocupa es que en dos semanas, cuando el semáforo esté en naranja, debe regresar a la oficina; y entonces sí, tendrá encima un problema mayor.
Asumir, como muchas otras cosas que asume este gobierno, que las mamás solo y solo están al cuidado de los hijos, en su casa, pendientes únicamente de las labores propias de su sexo, como mencioné en la columna anterior, es echar a trabajar la máquina del tiempo y mandarnos a algún año de la década de los cincuenta.
Las mujeres en México han sido, desde siempre, cabeza de familia, sin importar que haya un varón proveedor. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), realizada por el INEGI en 2018, en el país habitan 64.4 millones de mujeres y representan 51.5% del total de población (este dato incluye a mujeres de todas las edades); sin embargo, la población económicamente activa (la que tiene la edad legal para trabajar y que de alguna forma existe un registro de su actividad laboral), en 2019, era de 94.6 millones de personas, de las cuales, 45.0 millones son hombres (casi ocho de cada 10 trabajan), y 49.6 millones son mujeres; de ellas, cuatro de cada 10 participan en el mercado de trabajo, ya sea que estén ocupadas o busquen empleo, según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) elaborada el año pasado.
Este dato es significativo, porque el que una mujer tenga empleo no es igual a que tenga un salario digno o que pueda aspirar un puesto como lo puede hacer cualquier hombre. La misma ENOE reporta que de las personas de 25 años y más que se desempeñan como funcionarios y directivos de los sectores público, privado y social, solo 34.7% son mujeres.
A mí me suena que hay más mujeres que hombres trabajando, que no reciben la misma paga, y que además, deben encargarse del hogar y, ahora, de hacerle de maestra sustituta.
Ana se levanta, su espalda ya no puede más. Sabe que le esperan los peores días del encierro, pero no puede claudicar: Nico y Andrea solo la tienen a ella… como millones de niños y niñas en este país solo tiene a “Ana”.