*Para ser leídos con: “Lux Prima”, de Karen O.
Episodio uno: Emoción
El implacable paso de la amnesia tiene convenientes causas tecnológicas. Suenan dos campanitas (pavlovianas). Me alegro porque eso significa que tengo un lugar en el mundo y aún hay quien me escribe. No importa que no se trate de un manuscrito, mucho menos que sea una cadena o un meme.
Si me distrae de lo que estoy haciendo (que tampoco es objeto de una concentración estoica) y me da las oportunidades de saberme multitasker y ubicuo, le entro, así deba ignorar a quienes me rodean, sean cercanos o familiares.
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Episodio dos: Adaptación
¿Pretendes escribir con ortografía en WhatsApp? Relájate nueve veces y conecta con tu ser más primario. Eso que pensaste a la primera y en bruto, debe ser, primero compartido en ese mensaje y luego pulido para un tuit. El mundo debe enterarse de mis ocurrencias, aunque demuestre que le es inclusive (el lado amable del “me vale”).
Si es gracioso, no importa el buen gusto.
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Episodio tres: Acotación
¿Hace cuánto hice una llamada telefónica? ¿Cuándo fue la última vez que mandé un SMS (hoy parece primo hermano del fax o del bíper). La realidad exige una ranura de tarjeta SIM en el ombligo (podría ser mucho peor) para estar al tanto de lo que pasa en todo el mundo (exterior) sin tener que comprometer una gota de saliva ni enfrentarse a otro humano, al menos de carne y hueso.
Ojalá la adicción fuera por comunicarse, lo es para evitar hacerlo cara a cara. Por eso, en el mundo en el que un ensayo tiene la longitud de un título, hay que whatsappear hasta que los dedos duelan.
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Si uno tiene que comer, porque aún no somos fotosintéticos, ahí está Uber Eats; si debes hacer un envío, con Rappi lo logras; cuando haya que ir a comprar algo, ni te muevas, con Amazon la armas; si pensabas levantar el teléfono (ya no digas trasladarte a una agencia) para reservar un viaje, con Expedia lo haces; en caso que requirieras un asistente y Siri o Bixby no te pelan, ahí están Pipedrive o Zoho; de querer salir a entrenar, pero sin soportar un entrenador, baja Runtastic; si necesitas un financiero que alerte cuando estás a punto de quedarte en ceros, con Mint lo logras; si quisieras aprender otro idioma sin ir a una academia, ahí está Duolingo y los ejemplos podrían seguir indefinidamente. El punto es que nos han hecho la vida más fácil sin despegarte del móvil. O por lo menos eso parece. ¿A costa de qué?
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Episodio cuatro: Sublimación
De La Tigresa del Oriente al Ayuwoki y (por supuesto) pasando por los videos del negro de WhatsApp, los contenidos que cruzan por aquí pueden no ser machos, pero sí muchos: son más de 200 millones de notas de voz las que salen diariamente por esta aplicación, más de mil 500 millones de usuarios se conectan al día y en promedio se estima que uno pasa más de 200 minutos diarios hipnotizado en esta app (haz tus cuentas).
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Sólo esta aplicación vale más que el presupuesto anual de la NASA, siendo que tal vez no te haga viajar al espacio, pero sí te mantiene hipnotizado con la ilusión de acercar (o reducir) la comunicación. Tan claro es, que no percibimos que este tobogán solipsista desemboca en el aislamiento.
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Episodio cinco: Desaparición
Quien reclama que lo dejaron en visto lo merece. En un momento en el que el color de las palomitas importa más que el color de la sangre, sólo los emojis pueden balancear el nivel de la comunicación (prometo hacer un texto exclusivamente con emojis pronto). Marshall McLuhan advertía el peligro de un medio frío en esta aldea global, pero nunca imaginó las intrigas y sospechas que guarda esta aplicación, sólo por tratarse de humanos pretendiendo ser individual y socialmente aptos.
Algún día desaparecerá la Tierra, pero bastará un clic para chatear de nuevo.
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