La premisa es la siguiente: pasa algo con lo que no estás nada de acuerdo. Sientes brotar dentro de ti la imperiosa necesidad de abrir la boca para gritar fogosamente tu descontento o sentarte frente a tu computadora para descargar tu indignación cual rebelde del teclado.
Cuando las ganas de libertad de expresión contra el sistema que adversas se manifiestan, no siempre pasa en el mismo escenario. El nuevo siglo trajo consigo el auge de nuevas formas de compartir y reproducir información: las redes sociales. Por su filiación con la tecnología (en manos de grandes corporaciones) y por sus propias dinámicas, éstas no suelen encajar con el espíritu contestario de una protesta. Pero ¿cómo actúan esos mecanismos en comparación con los más convencionales y viscerales? ¿Estamos acaso ante un proceso de deterioro de la pasión humana por manifestar su descontento? ¿Se puede ser contestario sin salir de casa?
Cuando Manuel Catells analizó la coyuntura de los movimientos sociales durante la Primavera Árabe, mencionó en alguno de sus artículos que más allá de los problemas políticos y económicos que generan malestar en la sociedad, fue “la difusión viral de imágenes e ideas” lo que provocó la propagación de sentimientos de indignación y esperanza en los grupos opositores y en la población en general. Es decir, no son las redes sociales la causa de los movimientos sociales, sino un instrumento que implica compartir y divulgar información, lo que permite movilizar, organizar, deliberar, coordinar y decidir.
Una cosa es la protesta en redes sociales y otra asistir a una manifestación en una avenida, blandiendo pancartas y entonando cánticos ante un edificio público. La participación en redes sociales suele ser más “fácil”, pues un “me gusta”, un retuit o un comentario no materializa la protesta y no exige la indagación profunda de información. Pero ¿un movimiento de calle sí? Éste al menos exige la voluntad de participar físicamente y compartir una idea, vociferarla y expresarla abiertamente. ¿Cuál opción genera respuestas ante la indignación? Podría decirse que, a su modo, ambas. Por un lado, las redes constituyen el medio masivo de difusión y como tal puede llegar a los oídos de actores directos de cambio: la élite política. Por otro lado, las manifestaciones de calle suelen conseguir mejores (o más inmediatos) resultados, los actores directos de cambio actúan en oposición a los incentivos que entorpecen la acción de los políticos a resolver de alguna u otra manera el conflicto.
Los movimientos sociales en la era del Internet no sustituyen la protesta en espacios públicos. La pasión, el tono y las palabras se vuelven monumentales cuando el origen es la boca del hombre, y eso no puede reemplazarse fácilmente. La relación entre ambos movimientos no es exclusiva, sino complementaria. Las grandes reuniones de los indignados durante los sucesos de 2011 en la parte norte de África ocurrieron en plazas públicas, no en Facebook. Eo obstante, en este último escenario se reprodujo el eco virtual de las voces que gritaban por un cambio. He ahí la importancia de una red, en el mejor sentido de la palabra: conectar, movilizar, organizar y coordinar las protestas públicas. Siempre y cuando sea una participación activa, inteligente y que se inerteconecte por medio de etiquetas, tendencias o cualquier otro tipo de unidad temática, el aporte es igual de válido que el de las acciones de calle.
Quizás estas ideas sirven para despojar de frivolidad a las redes sociales y más bien dotarlas de herramientas para fortalecer una lucha pacífica y articulada. Para eso es preciso estudiar el funcionamiento de las redes sociales y la construcción de los movimientos sociales como un esfuerzo conjunto.
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Los medios sociales son la piedra angular de la comunicación moderna colectiva en cuanto proveen una plataforma y una a cualquiera que esté dispuesto a compartir y a comprometerse con un mensaje.