Los rastros que deja la evolución a su paso permiten reconstruir la historia de la vida en nuestro planeta. Existen datos —como la anatomía de las especies, el comportamiento que presentan, su manera de reproducción e incluso el análisis de los genomas— que ayudan a caracterizar y agrupar a los organismos que están emparentados o relacionados entre sí; es decir, que presuntamente provienen de ancestros comunes. Esos organismos posteriores heredan características compartidas con otras especies de su género. Por ejemplo, sabemos que un león y un gato están emparentados y forman parte de la familia Felidae (felinos) porque comparten rasgos en común —garras retráctiles, una gran visión, oído agudo, son cazadores. En el caso de los humanos, según Darwin y los cánones de la biología evolutiva, estamos emparentados con diversas especies de primates —orangutanes, chimpancés, gorilas, etcétera—, y formamos la familia de los homínidos.
Sin embargo, a pesar de las múltiples características comunes que puede presentar un grupo de organismos emparentados, algunos de ellos pueden innovar características diferentes y únicas. Por ejemplo, existen múltiples variedades de ranas y sapos (anuros), pero las ranas punta de flecha desarrollaron la presencia de veneno en las secreciones de su piel, lo cual les brinda una ventaja ante depredadores.
Cuando nos enfocamos en los humanos, uno de los enigmas que más llama la atención de la comunidad científica es el baculum o hueso del pene. Mientras que dicho hueso está presente en un número considerable de organismos, está ausente en los humanos (Homo Sapiens). El baculum es un hueso que se encuentra dentro del pene de muchas especies de animales. El caso más impresionante al respecto es el de las morsas, que puede llegar a tener dimensiones de hasta 60 cm aproximadamente. De hecho, nativos de Alaska usan estos huesos como herramientas o cuchillos. En otros animales, el hueso presente es prácticamente insignificante en cuanto a su tamaño. Como ejemplo el baculum del galago mide apenas 13 mm, mientras que el del tití es de apenas 2 mm —ambos especies de primates.
¿Pero qué ventajas representa tener un hueso en un sitio tan vulnerable como el pene? Existen diversas ideas, pero la más aceptada es que supone una ventaja evolutiva para la reproducción. Pensemos en un león, que puede tener hasta 100 cópulas en un día. Evidentemente, tener un sistema reproductor que dependa únicamente de erecciones generadas por sangre representaría una desventaja. Sabemos que en la naturaleza todos los individuos tratan de generar descendencia en un ambiente donde la competencia reproductiva es altamente demandante. El baculum representa una ventaja que permite a animales como el león tener múltiples cópulas y así extender su éxito reproductivo —el león tiene encuentros sexuales de aproximadamente 4 minutos, sin embargo su éxito reproductivo es de solo el 38%. En otras palabras, le brinda al pene la rigidez suficiente para lograr la penetración sin depender de un sistema de irrigación sanguínea. Otras ideas sobre la función de dicho hueso establecen que sirve para proteger la uretra ante la alta actividad reproductiva de los animales; ya que el hueso tiene un surco en su lado inferior donde la uretra se aloja y se protege.
Pero si tener un hueso en el pene representa una ventaja para la reproducción, ¿por qué los humanos lo perdimos? Una idea al respecto fue publicada en la revista American Journal of Medical Genetics en el 2001, la cual causó sorpresa al proponer que la respuesta está ligada a la religión. La idea es que en los textos acerca de la creación del hombre en la Biblia, la traducción de costilla a partir del hebreo fue errónea o malinterpretada, y que probablemente Dios habría tomado el baculum de Adán para crear a Eva.
Aunque para Richard Dawkins —divulgador científico británico— la respuesta probablemente es otra. Si los humanos dependen de erecciones generadas por flujo sanguíneo para la reproducción, entonces eso reflejaría el estado físico y la salud de los hombres para las mujeres. Por ejemplo, un hombre con problemas cardiacos o diabetes tendrá dificultades para generar erecciones; lo cual puede ser utilizado por las mujeres como un argumento para seleccionar con quién reproducirse.
Un artículo publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B. el año pasado añade otra idea a la respuesta. Sugiere que la presencia o ausencia del baculum depende de la duración de la cópula en las especies. Por ejemplo, algunos animales poligámicos como los chimpancés y bonobos tienen cópulas duraderas en un intento por permanecer el mayor tiempo posible al interior de la hembra y evitar que otros machos puedan competir con ellos por la reproducción. Esto, por el contrario, no ocurre en los humanos, que además somos una especie monogámica.
La respuesta real al porqué los humanos perdimos el baculum seguramente está vinculada a las ideas antes presentadas. Pero imaginemos por un momento, ¿qué hubiera pasado si los humanos hubieramos conservado este hueso? Posiblemente las empresas de viagra no serían tan felices imaginando un escenario como ese.
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