Cada 62 minutos al menos una persona muere como resultado directo de un desorden alimenticio en los Estados Unidos, entre ellos, la bulimia. Es posible que una vez que comprendamos cómo cambian las funciones de nuestro cerebro cuando se padece alguna enfermedad mental de este tipo, podamos combatirlas con efectividad.
Cuando se trata de condiciones mentales, nuestro cerebro pone en marcha distintos mecanismos que nos hacen actuar de una u otra forma y en el caso de la bulimia, el efecto más significativo es el cambio que sufre nuestra mente como respuesta ante la comida.
La bulimia nerviosa consiste en comer en exceso, en atracones o comilonas, sólo para devolver todo lo ingerido, sea en un lapso de culpabilidad por la cantidad de comida o por lo general, en un afán de perder peso y mantener la línea.
Las consecuencias de la bulimia son múltiples y conllevan graves riesgos a nuestra salud. Además, este tipo de desorden alimenticio suele asociarse con el abuso de sustancias como el alcohol o drogas, así como de los laxantes. Si bien aún se sigue investigando el origen de las relaciones dañinas con la comida, algo que le queda claro a la comunidad científica es que el problema reside en nuestro cerebro.
En la regulación de la comida se involucran dos mecanismos cerebrales: el metabólico —que está relacionado con el hambre que sentimos— y el hedónico —es decir, la recompensa por comer—. En otras palabras, el primero consiste en ingerir alimento cuando nos sentimos hambrientos y el segundo cuando lo hacemos por el simple hecho de comer. El comer hedónico ocurre cuando las áreas relacionadas con el placer se activan, función que algunos científicos sospechan es el remanente de una cuestión instintiva y de supervivencia, puesto que ocurre con comidas de alto contenido calórico.
No obstante, en los cerebros de las personas con bulimia nerviosa el sistema de recompensas funciona distinto: así como con el resto de las personas que experimentan ese comer hedónico con la comida hipercalórica, la gente con bulimia lo experimenta prácticamente todos los alimentos.
En la Escuela de Medicina Universidad de California de San Diego realizaron un estudio en el que dieron agua con una solución de sacarosa –es decir, azúcar— cada 20 segundos durante 13 minutos a dos grupos: uno de personas con bulimia y otro de control para analizar las respuestas cerebrales ante la comida. El agua fue suministrada después de un ayuno de 16 horas o de un desayuno estándar a ambos grupos. Los resultados mostraron las diferencias en el sistema de recompensa de uno y otro lado:
«La activación del cerebro en la amígdala izquierda fue significativamente mayor en el grupo con una historia de bulimia nerviosa que en el grupo de control al alimentarlos; indicando que la respuesta del gusto en estos individuos puede ser insensible por los efectos del metabolismo, exagerando el valor de la recompensa de la comida. Si estás lleno y tu cerebro te dice que sigas comiendo, lo anterior podría contribuir a la pérdida de control».
Al estudio se suman otros que incluyen someter a los grupos a pruebas de presión y escáneres de imágenes de resonancia magnética para medir su respuesta frente al estímulo alimenticio cuando se encontraban bajo estrés.
El grueso de estas pruebas llega a conclusiones similares: el sistema de recompensas de las personas bulímicas se encuentra alterado, por lo que dispara conductas repetitivas que llevan a las personas a seguir comiendo incluso después de la saciedad. Brittany Collins del Centro Médico Nacional Infantil de los Estados Unidos, explica que comer compulsivamente es un escape de la autoconciencia:
«las mujeres con bulimia se alejan de la autoconciencia a causa de pensamientos negativos sobre el comportamiento o comparaciones sociales y cambian de enfoque a un estímulo más concreto, como la comida».
En cierta forma, eso explica por qué algunas regiones del cerebro tienen menor irrigación sanguínea, como la precuña —que es parte del lóbulo parietal superior— o que las zonas en las que más variabilidad se presenta de un cerebro a otro es la corteza insular izquierda, el putamen y las amígdalas.
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