Facebook nos vigila.
Para nadie resulta un secreto y parece que a pocos les importa con tal de seguir exhibiendo su vida, sus momentos especiales, logros y fracasos. La red social más popular del mundo es la vitrina en la que el usuario complementa y exhibe su vida real o la disfraza de modo que luzca más ideal, perfecta y brillante.
De estas emociones compartidas en línea, Facebook se vale para vender publicidad analizando los estados emocionales de los usuarios. El periódico The Australian ha dado a conocer un documento filtrado en el cual se exhiben las formas en que Facebook detecta a adolescentes deprimidos para que los posibles anunciantes de dirijan a ellos. Esto es posible gracias a los algoritmos que la red social utiliza para detectar las tendencias de comportamiento y publicaciones de sus millones de usuarios en Internet.
Según el informe, Facebook pone a disposición de potenciales anunciantes la posibilidad de obtener espacios publicitarios que quieran usar en los “momentos en los que la gente joven necesita un impulso de autoestima”.
Este documento filtrado se enfoca únicamente en adolescentes de Australia y Nueva Zelanda, pero es más que probable que Facebook actúe de la misma manera en otras decenas de países. Tomando en cuenta que los adolescentes, principalmente, utilizan esta red social como escaparate de sus emociones y estados de ánimo, los ejecutivos aprovechan esta tendencia para ganar terreno.
Las imágenes que se suben a Facebook o Instagram también son meticulosamente analizadas. Diversas herramientas ofrecen a los anunciantes la posibilidad de enfocarse en adolescentes que se sienten cómodos con su cuerpo o que reflejan la necesidad de bajar de peso.
El publico mayormente analizado por Facebook, para vender espacios publicitarios dirigidos a él, son adolescentes de 14 años. Aquí se abre otra interrogante respecto a la ética de Facebook: ¿es lícito espiar los datos, las imágenes y los comentarios de menores de edad? La aparente inocencia con la que actúan, esa necesidad de que los reflectores del mundo se enfoquen en ellos, los está llevando a ser víctimas no sólo de sus emociones sino de una red que se precia de unir a las personas para compartir sus mejores instantes.
Este excesivo afán de sostener un despiadado sistema monetario parece irse de las manos cada vez más. Las diversas maneras en que las vidas se hacen cada vez menos autónomas en esta era digital resulta en muchas ocasiones abrumador, sin ánimos de parecer exagerado.
Sin embargo, no todo es culpa de la red social. ¿Hasta cuándo seguirá esta tendencia de fortalecer a los que nos espían documentando lo innecesario? Vidas enteras desfilan a través de Facebook con la intención de que los demás vean que esa persona está aquí o allá, que ha comprado un objeto u otro, que vacaciona en el país o en el extranjero, que fue a este concierto en vez de a aquél.
La necedad y necesidad de vivir otra vida, de mostrar a los demás lo que en realidad pocos deberían saber, es lo que provoca que Facebook se haya convertido en un Big Brother que le ha dado la vuelta a una situación que antes parecía imposible: ya no sólo consumimos productos, sino que nosotros nos hemos vuelto el producto.
Una razón más para evitar seguir alimentando al manicomio en que se han convertido las redes sociales.
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Referencias
MIT Tech Review
Ars Technica