En el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, yace un gigante invisible, endriago devorador de estrellas y planetas: un hoyo negro súper masivo. Recientemente, la NASA, a través del explorador Swift y el telescopio NuSTAR (Telescopio nuclear espectroscópico), capturó una erupción de rayos X proveniente del hermano de este gigante masivo, Markarian 335. Sin embargo, los astrónomos aún no descifran cómo es que un hoyo negro puede escupir “fuego”.
Paradójicamente los agujeros negros son algunos de los objetos más brillantes del Universo (aunque la luz que emitan sea invisible para nosotros). Pero no se debe a que posean una fuente de energía propia como las estrellas, sino a que se encuentran rodeados por discos de gases hirvientes que frecuentemente alimentan llamaradas y chorros de rayos X.
Los astrónomos especulan que las llamaradas ocurren debido a un efecto óptico causado por los cambios en una estructura misteriosa denominada corona; ésta es una nube de electrones muy energéticos que flota sobre el disco (conocido como disco de acreción) de material gaseoso que alimenta al hoyo negro. Cuando los electrones hipercargados chocan contra los fotones ultravioleta provenientes del disco gaseoso, provocan la emisión de rayos X (radiación electromagnética de mayor energía que la luz visible y ultravioleta), estos a su vez se reflejan en el disco y dan origen a las llamaradas. Mediante este fenómeno es que los astrónomos observan, a través de telescopios, la evolución de los hoyos negros, pues de otra manera no sería posible, porque la luz visible, de menor energía que los rayos X, no puede escapar a la tremenda atracción gravitacional del agujero negro. Parece que los dragones no son del todo un mito, los “dragones cósmicos” no nos dejan de sorprender…
En esta imagen, un artista de la NASA muestra cómo la corona se contrae para cargarse de energía y después ser expulsada al 20% de la velocidad de la luz.
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Fuente: NASA