A medida que el mundo avanza, todo lo que antes creímos bello e incluso erótico va abriéndole paso a nuevos estándares y maneras de percibir el cuerpo. Como un ejemplo perfecto para este fenómeno, podemos ver cómo en el cuadro Las tres gracias, de Rubens la belleza aparece representada a través de tres mujeres rollizas que incluso presentan en sus nalgas y piernas lo que parecen ser inicios de celulitis. A diferencia de nosotros, durante el siglo XVII un cuerpo entrado en carnes no era mal visto; al contrario, era el ideal estético de muchas personas.
No obstante de esta percepción, conforme nos acercábamos a la modernidad que suponía el XIX, la belleza iba enflacando hasta llegar a una delgadez que sólo con verla causa cierta sensación de angustia y hambre al mismo tiempo. A partir de la década de 1980 empezó una enfermiza afición hacia los cuerpos exageradamente delgados. Si es que había necesidad de que algo —al menos en el cuerpo de una mujer— fuese grueso, dicho aumento sólo tenía que notarse en los senos y las nalgas, de otra forma sería considerado como obesidad y evidentemente caería bajo la etiqueta de lo “feo”.
Todavía en los cuarenta se vendían suplementos alimenticios para evitar ser “demasiado delgada”, pero a partir de 2001, como si la presión ejercida por cine y la televisión no hubiesen causado tanto daño en sus espectadores, como un regalo caído del cielo, apareció la banda gástrica. El dispositivo que se coloca como un anillo alrededor del estómago para impedir que entren demasiados alimentos y crear una falsa sensación de saciedad, fue realmente una buena noticia para las personas que, a pesar del ejercicio y las dietas no eran capaces de perder peso. Sin embargo, los efectos de ésta y la cirugía conocida como la Plicatura Gástrica Endoscópica —que consiste en literalmente engrapar el estómago para reducir su tamaño— van más allá de un simple bajón de peso.
Más allá de la pérdida de un 40 % a un 70 % de peso, en estas dos operaciones también aparecen problemas como el Síndrome de Dumpling que nace a partir de una mala absorción de los azúcares que entran al cuerpo por medio de la comida. Al entorpecerse el proceso digestivo, comienzan los dolores abdominales, diarreas y vómitos. Es por esto que antes de someterse a esta operación, los pacientes deben considerar que ante un cambio tan repentino, su organismo va a reaccionar de manera agresiva como si estuviese frente a una amenaza desconocida; pues aunque en el caso de la PGE los puntos van desapareciendo con el tiempo para volver al estómago a su estado original, todos los materiales que intervienen en ambos procesos son intrusos para nuestros cuerpos.
Aunque en el caso de la banda gástrica es poco común que aparezcan síntomas de Dumpling, sí es posible percibir problemas de disfagia o imposibilidad para tragar, derivado de ese “nudo” en el estómago que le dice al cuerpo que ya no necesita tanta comida y que debería, por decirlo de alguna forma, cerrar sus puertas. De cualquier forma, al no asimilarse completamente algunas sustancias, quienes se someten a estos procedimientos, deben tomar multi-vitamínicos para evitar una descompensación del organismo.
Por otro lado, es necesario que los pacientes comprendan que ambos procesos son temporales, de modo que después de la pérdida de peso, tienen que seguir una dieta y una rutina de ejercicios específicas que les aseguren que su cuerpo se mantendrá en ese punto después de que el tratamiento termine. Al final de cuentas, tras saber que los efectos no duran más allá de los cinco años después de retirar la banda o los puntos, podemos decir que siempre es mejor recurrir a efectos naturales y buscar en nosotros mismos esa belleza que el mundo “exige” a gritos.