Todos aquellos que nacieron con el don del ritmo sabrán la satisfacción que conlleva poder sacudir el cuerpo a conciencia y de disfrutar de un par de pasos de baile… y para todos aquellos que no creen tener ni una pizca de ritmo y sienten que tienen dos pies izquierdos les tenemos una noticia: el baile, así como la respuesta al ritmo es innata.
Esto es lo que descubrió Bronwyn Tarr, una bióloga evolutiva y psicóloga de la Universidad de Oxford. Los humanos somos altamente susceptibles a la música y también a sincronizar nuestros movimientos con los demás, en especial cuando estamos reaccionando a la música.
Esta sincronización —que puede ir desde agitar levemente la cabeza, golpear una mesa o con los pies al ritmo de una canción—no sólo apela a ciertas regiones en el cerebro que nos hacen sentir bien, sino que cuando el movimiento es correspondido por aquellos en nuestro alrededor surge un momento de unión, empatía y cercanía con los demás. Por si fuera poco, el umbral del dolor de las personas que experimentan lo anterior incrementa.
La razón detrás del sentimiento que el baile provoca tiene su origen en distintos factores. El principal proviene de la música, que provoca que nuestro cerebro libere ciertas hormonas que nos hacen sentir bien como las endorfinas, dopamina, oxitocina y serotonina. La euforia se conjuga con un sentimiento de unión y cuando más una de persona experimenta lo mismo, este evento adquiere un significado social importante dentro de nuestras culturas.
Efervescencia colectiva: lo que nos une como humanos y sociedad
Es ahí cuando la efervescencia colectiva hace su aparición. Éste es un término acuñado por el sociólogo Emile Durkheim, quien plantea que ciertas actividades grupales provocan un sentimiento de propósito, así como de emoción que hace que la individualidad se funda en la integración del grupo —o sociedad—.
La efervescencia colectiva fue pensada por Durkheim en un inicio para explicar su propia teoría de la religión: los distintos credos hacen uso de rituales grupales que le dan un sentido de pertenencia a sus integrantes y que incluso pueden alcanzar un clímax, conocido como éxtasis religioso.
Son estos mecanismos grupales, estén acompañados de música, ritmo, un simple reto o una justa deportiva lo que hace que como sociedad momentáneamente dejemos de lado las diferencias y circunstancias políticas para cohesionarnos como un grupo social que se adhiere a su propio sentido de humanidad, a pesar de que posteriormente tal unión se rompa.